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Biblioteca Transitoria

Adriana salazar

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Biblioteca transitoria es un proyecto artístico que relee, cuida y clasifica una biblioteca alojada temporalmente en el centro histórico de la Ciudad de México. A través de una selección de libros que se guía por vínculos afectivos, han aparecido claves que permiten imaginar diversas formas de “hacer hogar”.

introducción

En el curso de este último año nuestros cuerpos, vínculos afectivos, tiempos y espacios se han transformado de distintos modos tras la llegada del virus SARS-CoV-2. Estas transformaciones, a su vez, han sacudido algunos aspectos de la vida metropolitana que muchas y muchos llevamos: desplazamientos de seres vivientes desde diversos ecosistemas hasta los refrigeradores de los supermercados; aeronaves que transportan multitudes de una orilla a otra del océano; movimientos continuos al interior de las ciudades a través de sus sistemas de transporte; estructuras económicas que nos definen como individuos en constante competencia con otros individuos; desigualdades que se hacen cada vez más profundas; espacios habitacionales que parecen no ser suficientes para contener nuestras vidas.

En calidad de habitante de una de las metrópolis más grandes, pobladas y fracturadas de este continente, he considerado urgente pensar mi propia forma de vivir en la ciudad, en medio de estas circunstancias y desde el espacio interior que actualmente me acoge. El centro de la Ciudad de México, mi actual morada, ha sido un “campo de batalla” durante esta pandemia, al ser no solamente el lugar de residencia de muchas personas sino el principal nodo político y económico de la ciudad. A la vez, este lugar tiene una larga historia ligada a otras pandemias, procesos de despojo y devastaciones territoriales: la llegada del pueblo mexica, la conquista española, la epidemia de viruela, la colonización del Valle de México, la desecación de los lagos y la modernización de la ciudad siempre están palpitando bajo sus ya agitados movimientos cotidianos. Aquí, en el centro de este “centro” está el edificio número 21 de la Calle Ignacio Allende. Desde hace dos años rento un departamento en el quinto piso: aquí están mis muebles, mi ropa, mi cama, mis objetos personales y las vivencias que he depositado en ellos. 

Antes de habitarlo, este departamento fue rentado por mi amiga Idalia Sautto durante varios años: Idalia es editora, escritora, historiadora y una meticulosa coleccionista de libros. Junto con mis cosas, aquí han permanecido los estantes de su biblioteca, llenos de libros de diversas procedencias, como una suerte de “herencia efímera” que me fue depositada. 

Así, en este espacio habitacional hay un entrecruce de cosas que me pertenecen y cosas que no me pertenecen, sobre las cuales me apoyo y a las cuales cuido. A través de este cuidado, constante e invisible, he intentado hacerle contrapeso a la exigencia de desarraigo que representa vivir en renta, de espacio en espacio y en tránsito permanente, cumpliendo las demandas de la gran ciudad. Además, sostener este espacio interior me ha resguardado de la agitación de ese “afuera” que día a día resulta ser más difícil de transitar. Los libros de Idalia, en este sentido, han formado parte, así sea brevemente, de mi “hogar”, y han sido agentes importantes de un proceso de resistencia —modesto, local aunque importante— que se ancla en el reconocimiento de las limitaciones, peligros y posibilidades que implica el vivir en un territorio como este en el momento que actualmente atravesamos. 

Para esto, he emprendido un proceso de relectura de la biblioteca de mi amiga, seleccionando de los anaqueles algunos libros que se refieren a aspectos problemáticos de la vida interior en la Ciudad de México y contextos similares, a la configuración de los espacios habitacionales como este, a historias de desarraigo y tránsitos, a la propiedad que reclamamos sobre el mundo material, a la interrelación entre cuerpos y libros, a la pandemia misma y a múltiples formas de “hacer hogar”. En ellos han venido apareciendo pistas, revelaciones, resonancias y líneas de fuga que de otro modo no hubieran aparecido, las cuales han expandido esta “casa” más allá de los confines que demarcan las paredes. Mis criterios de selección, además, han sido diferentes a aquellos que llevó a Idalia a seleccionar, leer, marcar, clasificar y disponer los libros en los anaqueles en primera instancia, dando lugar a otros modos de leer que se forman entre dos miradas, dos historias personales y dos modos de relacionarse con esos objetos-portal que son los libros.

De este ejercicio ha resultado una selección de 30 fichas bibliográficas, formuladas a partir de los datos editoriales de los libros, entremezclados con información afectiva y doméstica. Estas fichas se unen a un conjunto de reseñas que despliegan las relaciones encontradas en los procesos de co-habitación con la biblioteca. Las fichas y reseñas están acompañadas de imágenes que animan a los libros de un modo particular, poniéndolos además en relación con otros objetos que pueblan la vida cotidiana. La lectura de todo el conjunto se abre como una alacena, un escaparate, un fichero o un registro bibliográfico para ser consultado desde diferentes órdenes, para con ello ser re-descubierto desde el lugar de enunciación de quien lo consulta.

A la fecha de escritura de esta introducción, cabe anotar, comienza un proceso de repliegue de este ensamblaje de cosas, libros, mundos y vidas, preparándolo todo para una nueva mudanza, lejos del centro de la ciudad.

Estante Sur

En invierno, el sol entra temprano por la ventana sur del departamento. La luz es intensa y cálida en esta habitación. Sobre el estante hay un huerto con hortalizas y plantas aromáticas, cultivado por mí desde hace varios meses: los libros que se acomodan apretados en el estante justo debajo son, de cierto modo, una extensión del sustrato que sostiene y alimenta al huerto.

Estante noreste

La biblioteca cubre toda la pared, de piso a techo. Esta biblioteca es densa y llena, como una despensa después de una cosecha. Los libros de historia se combinan con ediciones raras de libros de Julio Cortázar, libros de historia del arte y libros infantiles que se balancean a un lado y otro cuando paso el plumero entre las cubiertas. Junto a la biblioteca está la otra despensa, donde se guarda la comida detrás de una puerta blanca que, al abrirse, golpea el filo del estante.

Estante norte

Junto al estante hay una planta de citronela que tiene más de dos años de vida. Entre este último verano e invierno, la planta se ha convertido en un frondoso arbusto tan alto como mi cuerpo. Frente al estante, hay una mesa de madera y cuatro sillas. En esta mesa se sirve la comida: suelo comer dándole la espalda a los libros, mirando al sur. Detrás del estante, las cortinas cuelgan hasta el suelo.

Estante noroeste

Este pequeño anexo cuelga del muro en un frágil anaquel. Entre los libros encuentro a veces postales, tarjetas, frascos y muñecos que me llevan a imaginar los devenires de los libros cuando Idalia aún vivía en este departamento. En la primavera, por una rendija de la ventana que la cortina no alcanza a cubrir, el sol alcanza a entrar e iluminar por unas horas los lomos de los libros.

Estante
Sur
No.
No. 001
Palabra clave
Migración
Autor
Tamayo, Jorge L.
Título
Breviarios 66: Geografía de América
Editorial
Fondo de Cultura Económica
Año
1952
Peso
Un cojín
Estante
Sur
No.
No. 002
Palabra clave
Transitoriedad
Autor
Chang, Wing-tsit et al.
Título
Breviarios 28: Filosofía del Oriente
Editorial
Fondo de Cultura Económica
Año
1954
Peso
Una esponja
Estante
Sur
No.
No. 003
Palabra clave
Cacharro
Autor
Gluckhohn, Clyde
Título
Breviarios 13: Antropología
Editorial
Fondo de Cultura Económica
Año
1951
Peso
Un jabón
Estante
Sur
No.
No. 004
Palabra clave
Movimiento
Autor
Read, H.H.
Título
Breviarios 14: Geología
Editorial
Fondo de Cultura Económica
Año
1952
Peso
Una naranja
Estante
Sur
No.
No. 005
Palabra clave
Lectura
Autor
Pfeiffer, Johannes
Título
Breviarios 41: La poesía
Editorial
Fondo de Cultura Económica
Año
1954
Peso
Un huevo
Estante
Sur
No.
No. 006
Palabra clave
Hogar
Autor
Gaunt, Leonard y Paul Petzold
Título
Enciclopedia ilustrada de fotografía amateur
Editorial
Omega
Año
1970
Peso
Una bolsa de arroz
Estante
Sur
No.
No. 007
Palabra clave
Hogar
Autor
Page, Michael y Robert Ingpen
Título
Enciclopedia de las cosas que nunca existieron
Editorial
Anaya
Año
1990
Peso
Un frutero
Estante
Sur
No.
No. 008
Palabra clave
Pertenencia
Autor
Siebert, Erna y Werner Forman
Título
El arte de los indios norteamericanos
Editorial
Fondo de Cultura Económica
Año
1967
Peso
Un litro de leche
Estante
Sur
No.
No. 009
Palabra clave
Hogar
Autor
Hernández, Vicente Martín
Título
Arquitectura doméstica de la ciudad de México (1890-1925)
Editorial
Universidad Nacional Autónoma de México
Año
1981
Peso
Una plancha
Estante
Sur
No.
No. 010
Palabra clave
Errancia
Autor
O'Gorman, Helen
Título
Plantas y flores de México
Editorial
Universidad Nacional Autónoma de México
Año
1963
Peso
Una piña
Estante
Noreste
No.
No. 011
Palabra clave
Utensilio
Autor
Brozová, Jarmila et al.
Título
Colour Encyclopedia of Antiques
Editorial
Hamlyn
Año
1980
Peso
Una bolsa de detergente
Estante
Noreste
No.
No. 012
Palabra clave
Pertenencia
Autor
Theal, George M'Call
Título
The Story of Nations. South Africa
Editorial
T. Fisher Unwin
Año
1894
Peso
Una lata de fríjoles
Estante
Noreste
No.
No. 013
Palabra clave
Alimento
Autor
Opie, Iona y Peter Opie
Título
The Oxford Dictionary of Nursery Rhymes
Editorial
Oxford University Press
Año
1997
Peso
Un par de zapatos
Estante
Noreste
No.
No. 014
Palabra clave
Migración
Autor
Gonzalbo Aizpuru, Pilar (coord.)
Título
Historia de la vida cotidiana en México I: Mesoamérica y los ámbitos indígenas de la Nueva España
Editorial
El Colegio de México y Fondo de Cultura Económica
Año
2006
Peso
Una manta
Estante
Noreste
No.
No. 015
Palabra clave
Lectura
Autor
Cortazar, Julio
Título
Rayuela (edición rusa)
Editorial
Ilegible
Año
2004
Peso
Un aguacate
Estante
Noreste
No.
No. 016
Palabra clave
Supervivencia
Autor
Clavigero, Francisco Javier
Título
Historia Antigua de México, Tomo III
Editorial
Porrúa
Año
1945
Peso
Un sombrero
Estante
Noreste
No.
No. 017
Palabra clave
Desarraigo
Autor
Marín, Emilio
Título
Gramática Española. Segundo libro
Editorial
Progreso
Año
1949
Peso
Una caja de cartón
Estante
Noreste
No.
No. 018
Palabra clave
Pertenencia
Autor
Gonzalbo Aizpuru, Pilar (coord.)
Título
Historia de la vida cotidiana en México IV: bienes y vivencias. el siglo XIX
Editorial
El Colegio de México y Fondo de Cultura Económica
Año
2005
Peso
Un jarrón
Estante
Noreste
No.
No. 019
Palabra clave
Mundo
Autor
Kaku, Michio
Título
Universos paralelos. Los universos alternativos de la ciencia y el futuro del cosmos
Editorial
Atalanta
Año
2005
Peso
Tres manzanas
Estante
Noreste
No.
No. 020
Palabra clave
Lectura
Autor
Proust, Marcel
Título
En busca del tiempo perdido. Por el camino de Swann
Editorial
Origen
Año
1983
Peso
Una papa
Estante
Noreste
No.
No. 021
Palabra clave
Pertenencia
Autor
Chesterton, G.K.
Título
St. Francis of Assisi
Editorial
Hodder and Sloughton
Año
1954
Peso
Un vaso
Estante
Noreste
No.
No. 022
Palabra clave
Cuidado
Autor
De Balzac, Honorato
Título
La comedia humana
Editorial
Colección Málaga
Año
1963
Peso
Una lámpara de mesa
Estante
Norte
No.
No. 023
Palabra clave
Mundo
Autor
Rodríguez de la Fuente, Félix
Título
Enciclopedia Salvat de la fauna 12: mares y océanos
Editorial
Salvat
Año
1979
Peso
Un sartén
Estante
Norte
No.
No. 024
Palabra clave
Territorio
Autor
De Humboldt, Alejandro
Título
Ensayo político sobre el reino de la Nueva España. Tomo I
Editorial
Pedro Robredo
Año
1941
Peso
Una tabla
Estante
Norte
No.
No. 025
Palabra clave
Vida
Autor
Woltereck, Heinz
Título
Breviarios 69: La vida inverosímil. Introducción a la biología actual
Editorial
Fondo de Cultura Económica
Año
1952
Peso
Un manojo de cilantro
Estante
Norte
No.
No. 026
Palabra clave
Hogar
Autor
Rodríguez de la Fuente, Félix
Título
Enciclopedia Salvat de la fauna 4: África (región etiópica)
Editorial
Salvat
Año
1979
Peso
Un plato de cerámica
Estante
Noroeste
No.
No. 027
Palabra clave
Hogar
Autor
Praviel, Armando
Título
La vida trágica de la emperatriz Carlota
Editorial
Espasa
Año
1945
Peso
Una cuchara
Estante
Noroeste
No.
No. 028
Palabra clave
Transitoriedad
Autor
Carbó, Juan
Título
Historia Universal
Editorial
Prida y Purón
Año
1883
Peso
Un cepillo de dientes
Estante
Noroeste
No.
No. 029
Palabra clave
Pertenencia
Autor
Constantin-Weyer, M.
Título
Shakespeare
Editorial
Sociedad General de Publicaciones
Año
1930
Peso
Un par de medias
Estante
Noroeste
No.
No. 030
Palabra clave
Errancia
Autor
Herrero Miguel, A.
Título
Tolstoi
Editorial
Sociedad General de Publicaciones
Año
1930
Peso
Unas pantuflas

Alimento

Cacharro

Cuidado

Desarraigo

Errancia

Hogar

Lectura

Migración

Movimiento

Mundo

Pertenencia

Supervivencia

Territorio

Transitoriedad

Utensilio

Vida

CERRAR
Estante
Sur
No.
No. 001
Palabra clave
Migración
Autor
Tamayo, Jorge L.
Título
Breviarios 66: Geografía de América
Editorial
Fondo de Cultura Económica
Año
1952
Peso
Un cojín

Al final de este libro hay una sección con mapas plegados, que muestran la geografía política de las distintas Américas: norte, centro y sur. En la punta superior del mapa de Sudamérica, en rosa, está Colombia. Adentro, se ven dos puntos que marcan dos ciudades: Bogotá y Medellín.

En 1952, año en el cual se publicó este breviario, nació mi mamá, María Teresa del Niño Jesús Vélez Ferrer, en Medellín. Ella es hija de una familia descendiente de élites políticas e intelectuales de esta región. María Teresa es también la menor de ocho hermanos en una época en la cual las familias crecían como hierba, en casas de una sola planta con amplios solares. Estas familias adoptaban a veces a otros familiares lejanos, multiplicándose en imposibles multitudes cobijadas bajo un mismo techo.

Nueve meses después del nacimiento de mi mamá, la familia entera, cargando algunos enseres y objetos personales, emprendió un viaje a Bogotá para empezar una nueva vida. Al parecer, Medellín se había tornado peligrosa. En 1952 estaba en auge la llamada “época de La Violencia”, antecedente directo de una guerra que se ha prolongado en los campos —y más recientemente en las ciudades— de mi país de origen, por más de cincuenta años. En ese entonces, grupos adscritos al partido liberal y conservador comenzaron a friccionar entre sí: la desigual tenencia de las tierras y la explotación de terratenientes hacia campesinos había desgastado el tejido social hasta romperlo. En las regiones montañosas y piedemontes de la cordillera de los Andes estas fricciones rápidamente estallaron en una guerra que se prolongó hasta 1958, en la cual las persecuciones, masacres y otras muertes selectivas eran la norma.

Mi abuela era de una familia conservadora, influyente y célebre en la región: los Ferrer del Valle. Mi abuelo, a quien no conocí vivo, era hijo de comerciantes, liberal abiertamente declarado. Cuando esta pareja aún gozaba de estabilidad y fortuna, el ejército conservador detuvo el coche en el cual ambos viajaban a lo largo de una carretera a las afueras de Medellín. A caballo, unos hombres les cerraron el paso. Hicieron descender a mi abuelo del carro y lo amedrentaron. Luego, asomándose para ver quién lo acompañaba, vieron a mi abuela y en seguida bajaron la guardia. Reconocieron en ella ese linaje conservador que no se podía tocar, y así ella, simplemente estando ahí, le salvó la vida: “don Alfonso, agradezca que está con usted con doña Gabriela Ferrer del Valle porque si estuviera solo, lo matamos”.

Surgió entonces la urgencia de moverse para proteger a mi abuelo. Unido a esto, hubo otra razón de peso para la migración de mi familia materna a Bogotá: un descalabro financiero que llevó a mi abuelo a la ruina. En juegos de azar, él fue perdiendo progresivamente dinero hasta perder la casa, la finca y otras posesiones valiosas.
Tras la amenaza y la pérdida, esta numerosa familia se vio obligada a salir a buscar nueva fortuna a la capital. Sin ahorros y con pocas posesiones, la vida se armó de nuevo en esa ciudad fría y lluviosa del altiplano cundiboyacense, en ese otro punto negro del mapa.

CERRAR
Estante
Sur
No.
No. 002
Palabra clave
Transitoriedad
Autor
Chang, Wing-tsit et al.
Título
Breviarios 28: Filosofía del Oriente
Editorial
Fondo de Cultura Económica
Año
1954
Peso
Una esponja

En la sección “Budismo como filosofía de asidad”, Junjiro Takakusu expone los principios del budismo de manera simple y breve. En una de las páginas hay un bello diagrama que sintetiza los momentos de la “rueda de la vida”: un círculo en el cual las diferentes etapas de la vida, al sucederse unas a otras, son consecuencia de ciclos anteriores y a su vez detonan otros nuevos. En este diagrama encontré algunas claves para pensar en otra experiencia del tiempo que pueda entrelazar pasado, presente y futuro, y con ello proponer la transitoriedad de todo lo viviente. Lo transitorio, en esta temporalidad alterna, no se contrapone a aquello que persiste: lo persistente es lo transitorio que siempre regresa.

Este diagrama sugiere que todo aquello que creemos poseer, incluyendo nuestra vida, en realidad pasa momentáneamente por nuestras manos para seguir su propio ciclo.
Así pues, la vida que en Occidente solemos concebir como una línea recta y finita, se piensa desde el budismo como un segmento de un círculo. Acotado por nuestro nacimiento y muerte, este segmento se entiende a su vez como un “presente expandido”, el cual está formado por la intensidad de nuestras experiencias, la realidad de nuestra existencia material, aquello que vamos construyendo y aquello que dejamos atrás. En este proceso se van arando caminos y sembrando semillas para las vidas que siguen.

El pasado sería algo similar a una energía o residuo que se acumula en esta intensa materialidad del presente y que impulsa las vidas por venir. El futuro, por su parte, es el mismo presente, sólo que retorna reanimado por ese residuo de anteriores vidas: la misma vida de hoy regresa una y otra vez, siempre idéntica y a la vez transformada por la intensidad acumulada tras cada ciclo.

Así, siguiendo este breviario, la existencia terrena que constituye nuestro “aquí y ahora”, junto a todo lo material que la acompaña, es entonces transitoria y a la vez llena de infinitos devenires e incontables posibilidades de retorno.

CERRAR
Estante
Sur
No.
No. 003
Palabra clave
Cacharro
Autor
Gluckhohn, Clyde
Título
Breviarios 13: Antropología
Editorial
Fondo de Cultura Económica
Año
1951
Peso
Un jabón

El capítulo “Cacharros” está dedicado a la rama de la antropología que se dedica al estudio de la cultura material de los pueblos. La palabra “cacharro” se puede referir a esas vasijas rotas, enterradas algunos metros, las cuales al ser descubiertas nos permiten vislumbrar solamente algunos fragmentos de las vidas que transcurrieron en el territorio sobre el cual se han construido —incautamente tal vez— nuestras viviendas modernas. También, un cacharro es un recipiente, un cuenco o un tazón dentro del cual se deposita una sustancia de otro modo informe e inatrapable. Pensemos, por ejemplo, en el agua que corre a caudales por los cauces de los ríos y que sólo en el cacharro se aquieta. Un cacharro puede ser a la vez un artefacto defectuoso, dañado o maltrecho, o un objeto innecesario que se acumula con otros tantos en estantes, vitrinas o desvanes empolvados.

El cacharro, en sus múltiples significados, es aquello de lo cual se ocupa la antropóloga o antropólogo a través de la práctica arqueológica, para acercarse a la forma de vida de un pueblo distante en el espacio o el tiempo. El cacharro es como un puente tangible que conecta dos mundos. La investigadora o el investigador lo desentierra, lo limpia, lo examina, lo pesa, lo mide y lo compara con otros cacharros similares para establecer vínculos entre un presente y un pasado, entre el aparato de sentido de un pueblo y el de otro, entre una geografía y otra, como si se intentara tejer a través de un objeto dos coordenadas espaciotemporales:

“El tejido cultural puede compararse a un tejido de seda atornasolado y de colores contradictorios. Es transparente, no opaco. Para el ojo entrenado, el pasado brilla por debajo de la superficie del presente” (Pág. 91-92).

Los libros de esta biblioteca son objetos arqueológicos que tejen sus propios trayectos con el mío y en este sentido son cacharros: son pedazos desenterrados; son tazones que atrapan sustancias escurridizas; son objetos en ocasiones maltrechos; son artefactos que, bajo cierta mirada, pueden ser coloridos bloques de madera que se acumulan para decorar una habitación.

El departamento donde se encuentra esta biblioteca está a su vez asentado sobre incontables cacharros del pueblo mexica. Cada tanto, a pocas calles de aquí, se descubren nuevos yacimientos arqueológicos donde predominan casi siempre los fragmentos de vasijas como primer indicio de la presencia de una antigua vivienda, mercado o centro ceremonial. A menos de un kilómetro hay, por ejemplo, un enorme templo cuya base aún yace enterrada bajo edificios muy similares a este. En las noches se escuchan a veces los sonidos de los cacharros aún no descubiertos, alrededor del templo, acomodándose bajo los cimientos de los edificios coloniales y modernos.

CERRAR
Estante
Sur
No.
No. 004
Palabra clave
Movimiento
Autor
Read, H.H.
Título
Breviarios 14: Geología
Editorial
Fondo de Cultura Económica
Año
1952
Peso
Una naranja

Es posible pensar que las materialidades geológicas son un conjunto de pesadas formaciones rocosas, las cuales se asientan en el transcurso de miles de años y se mueven en trayectos lentos, muy distintos a los trayectos humanos. Es posible pensar a la vez que los estratos geológicos de la Tierra son acumulaciones de capas cuyos cambios no es posible percibir a menos que ocurra la fricción repentina de varias placas tectónicas en un sismo.

Sin embargo, estas rocas también existen en formas más leves: partículas, pequeñas y sutiles, que se mueven ágilmente con la fuerza de los vientos, desplazándose de un lado a otro, más rápido que aquello que puede dimensionar nuestro cuerpo:
“El viento es, en todas partes, un agente activo de transporte; pero especialmente cuando los materiales meteorizados mecánicamente no están retenidos por la vegetación. En los desiertos, el viento se lleva, fácilmente, las partículas finas de polvo y así han podido acaecer las grandes devastaciones en las granjas del Oeste Medio (la “Dust Bowl” [cuenca polvorienta]). En condiciones favorables, el polvo se acumula con espesor considerable, como se ve en los enormes yacimientos de loes [sic] de China, formados por el polvo fino traído por el viento desde el desierto de Gobi. Depósitos eólicos más típicos hechos por el viento, están compuestos de partículas de mayor tamaño, por ejemplo, arenas cuarcíferas. Los granos de arena arrastrados por el viento se acumulan en forma de dunas; las características de las partículas, tales como redondez, aspereza, etc., y otras, así como la estructura de los diversos lechos de arena dispuestos como montones típicos, son inconfundibles en esta clase de depósitos. Actuando procesos muy variados, estas arenas sueltas se pueden convertir en rocas compactas, que reciben el nombre de areniscas; si es posible colegir que una arenisca antigua es de origen eólico, puede denominarse arenisca eólica” (Págs. 31-32).

Al cerrar la tapa del libro, luego de leerlo, paso el dedo por su cubierta y a mi piel se adhiere una delgada capa de polvo.

CERRAR
Estante
Sur
No.
No. 005
Palabra clave
Lectura
Autor
Pfeiffer, Johannes
Título
Breviarios 41: La poesía
Editorial
Fondo de Cultura Económica
Año
1954
Peso
Un huevo

La lectura de un libro es distinta si se encuentra anotado y subrayado por alguien más. Estas marcas son como senderos que se encuentran incidentalmente en los bosques, dibujados por las pisadas persistentes de otras personas que ya erraron por él, se perdieron y luego encontraron rutas de entrada y salida. Esas rutas quedan sugeridas en el suelo para ser descubiertas por futuros caminantes, pero también, con el tiempo, se van cubriendo de nuevos brotes de hierba y se van perdiendo de vista. Así, un libro previamente leído y marcado por lecturas anteriores se puede recorrer de dos maneras al menos: la primera lo aborda como si fuera un texto puro sin soporte material, pasando por encima de las líneas y signos que se dibujan entre las líneas y en los márgenes, encontrando aquello que se buscaría en cualquier ejemplar del mismo tiraje. La segunda implica entrar bajo el impulso de esa lectura precedente, intentando encontrar eso que motivó las marcas o las líneas enfáticas que subrayan a veces párrafos enteros. En esta segunda lectura nos encontramos con un texto pero también con las huellas de otra persona, con otras motivaciones de lectura y con otros tiempos.

Este es el caso de este breviario de poesía, subrayado en pluma negra en varios pasajes por Idalia, o tal vez por alguien más. En algunas páginas hay líneas que se superponen a las letras impresas como intentando tocarlas. Entre algunos párrafos serpentean líneas ondulantes que van de un lado a otro; en otros hay dos líneas superpuestas, una debajo de la otra, señalando que algo ahí es particularmente importante, sorprendente o conmovedor. Al margen, hay a veces líneas verticales o ligeramente diagonales que operan como signos de admiración o “amarres” entre varias líneas. El flujo de tinta a veces se adelgaza o engorda, y las líneas nunca son rectas, revelando cómo los movimientos de la mano registran algo vivo y palpitante en el papel.

A la luz de este trabajo que estoy haciendo, coincidiría en subrayar varios de estos pasajes ya marcados, pensando en que las palabras que encuentro en esta labor de relectura de los libros de mi amiga, así como algunas reflexiones sobre la poesía que aparecen aquí, son material de trabajo pero también herramienta, soporte y refugio:
“La poesía “original” se da únicamente hasta cuando lo “más exterior” tiene una significación interna, y cuando hasta lo más “íntimo” se convierte en forma” (Pág. 96).

CERRAR
Estante
Sur
No.
No. 006
Palabra clave
Hogar
Autor
Gaunt, Leonard y Paul Petzold
Título
Enciclopedia ilustrada de fotografía amateur
Editorial
Omega
Año
1970
Peso
Una bolsa de arroz

El libro está cubierto por un forro de plástico translúcido que se ha teñido de amarillo en el curso de los años. Está adherido con cinta scotch en la intersección entre la solapa y la guarda. Al abrirlo, descubro una lámina adhesiva inserta, impresa con ilustraciones de animales: algunas de sus figuras han sido recortadas, posiblemente para realizar un collage y ser adheridas sobre alguna superficie. Paso la página y veo una firma: “Mari Carmen Palazuelos, abril 24, 74, México”. Las primeras cuatro páginas tienen un doblez en la esquina inferior de las hojas, que se ha fijado probablemente con los años y la presión que ejercen los libros vecinos apretados en el estante donde se guardan. Las láminas son lustrosas y aquellas que están impresas a color aún se ven vibrantes y vívidas. Algunas páginas tienen secciones recortadas, detonando en mi imaginación los posibles devenires de muchos materiales impresos, arrancados de su contexto de origen para volverse materia de nuevas imágenes y nuevos textos recombinados.

Abro el libro en el medio y encuentro una entrada sobre fotografía de interiores. En ella se explica cómo la foto correcta debe capturar el espacio “tal cual aparece al ojo”:
“El fin es obtener una representación aceptable de la escena tal como aparece al ojo, sin perspectivas violentas, o falsas, ni sombras sin forma o grandes luces «quemadas»”. (Pág. 398)

Creo que una buena imagen de un espacio interior debería ser tal vez mucho más que esto: la vista aplanada de la fotografía ya no permite acceder a la profundidad de un espacio, ni a la sensación que se experimenta al estar en él, contenida, abrazada por los muebles y otros objetos que hacemos cálidos al tocarlos y moverlos constantemente de un lugar a otro. La foto que nos enseña a capturar esta entrada enciclopédica tal vez nos sustrae del espacio y, entre más correcta sea su perspectiva, más distorsionada es la vista que resulta.

Sigo recorriendo las páginas y al final, antes de cerrar la contratapa, encuentro las huellas del ácido que arroja la cinta scotch al cristalizarse. Con los libros tal vez sucede algo similar a lo que sucede con los espacios interiores: no son meros contenedores de información, sino que también se “calientan”, transforman y abren para alojar en ellos cosas, cuerpos y vidas.

CERRAR
Estante
Sur
No.
No. 007
Palabra clave
Hogar
Autor
Page, Michael y Robert Ingpen
Título
Enciclopedia de las cosas que nunca existieron
Editorial
Anaya
Año
1990
Peso
Un frutero

El primer departamento que habité en México estaba ubicado en un edificio de 1920, dentro de una colonia de clase media acomodada. En el piso de abajo vivía un hombre de edad avanzada quien, desde antes de mi llegada al edificio, estuvo gravemente enfermo. A veces lo veía pasear por el patio interior de la planta baja, o tomando un poco de sol en la acera, aunque realmente no salía mucho de su hogar. Una que otra vez escuchaba su voz a través de la madera del piso, filtrándose levemente hacia mi habitación.

Una noche de viernes que estaba en casa, recuerdo no haber podido dormir. Algo me inquietaba: una especie de presencia invisible se movía por la habitación. El espacio, además, se sentía particularmente caliente, como si las cosas a mi alrededor estuvieran elevando su temperatura por voluntad propia. Al día siguiente, supe que mi vecino había muerto. En seguida, fui al mercado y compré unas flores que dispuse en un florero, sobre una mesa que posiblemente estaba encima de la sala de su casa. Encendí una vela y la dejé alumbrar hasta que se consumió por completo.

A propósito de mi vecino y de otras presencias sutiles que habitan nuestros espacios interiores, transcribo la entrada “Dioses y espíritus del hogar”:
“Todo edificio construido por el hombre tiene su propio dios o espíritu, que toma residencia en cuanto el edificio está terminado y vive allí mientras lo sigan ocupando los humanos. De vez en cuando, algunos de esos espíritus permanecen en edificios vacíos o en ruinas, y en estos casos se sienten tan solos, que pueden lanzar un hechizo sobre algún transeúnte y obligarle a vivir con ellos. Los desdichados hombres y mujeres que buscan refugio en edificios en ruinas están muchas veces bajo el hechizo de dioses caseros que añoran el calor de la vida familiar y han atraído a personas igualmente solitarias o abandonadas para que vivan con ellos.

Los dioses caseros adquieren rápidamente el carácter de la familia con la que viven. Si se trata de una familia feliz y próspera, que trate con el debido respeto al dios de su hogar, el dios de su casa hará todo lo que pueda por ayudarla. Si es una familia de vagos y pendencieros, el dios de la casa aumentará sus problemas amontonando telarañas en los rincones, atrayendo moscas hacia la comida o abriendo goteras en el tejado.

En la sociedad moderna, la gente no rinde el debido homenaje a los dioses del hogar y, en consecuencia, sufren muchas calamidades domésticas. Los romanos siempre mantenían un altar junto a la puerta de entrada, decorado y adornado con flores, para que el dios residente les recibiera bien y les procurase paz y tranquilidad. En Rusia, el dios Domovoi, que vive bajo el escalón de entrada, y su esposa Domovija, que vive en el sótano, se ocupan con gran interés del bienestar de la familia. Aprecian que se mencione su nombre y responden a ello trayendo la felicidad a la casa. En Japón, todo un grupo de dioses caseros cuida de cada familia. Hay dioses de la cocina, de la puerta de entrada, de las cazuelas y sartenes, del cuarto de baño y del retrete. Unos pocos granos de arroz y unas gotas de vino, esparcidas por la casa en los días de fiesta, mantienen satisfechos a los dioses y aseguran la prosperidad de la casa.

Los habitantes de algunos países dedican complicados rituales a sus dioses caseros, pero en realidad estos seres piden muy poco, aparte de que se reconozca su presencia. Una pequeña ofrenda, como por ejemplo, un jarrón de flores colocado en un sitio especial y dedicado al espíritu de la casa, mantendrá a éste feliz y asegurará el bienestar de la familia” (Págs. 75-76).

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Estante
Sur
No.
No. 008
Palabra clave
Pertenencia
Autor
Siebert, Erna y Werner Forman
Título
El arte de los indios norteamericanos
Editorial
Fondo de Cultura Económica
Año
1967
Peso
Un litro de leche

Al abrir este libro se ven dos firmas en las dos primeras páginas. Al parecer, este ejemplar ha pasado por varias manos: cada persona que lo leyó, escribió su nombre en una página para tomar posesión de él. Primero, Lourdes A.; luego, L.H.G. No veo el nombre de Idalia, quien lo tuvo en sus manos antes de dejar su biblioteca a mi cuidado a través de este ejercicio de relectura. Tal vez escriba su nombre en la tercera página o le recuerde que lo haga para que quede constancia de su participación en esta cadena de pertenencias. Tal vez deje también mi firma escrita en la última página, o en la contratapa, oculta entre la textura de la tela negra que lo recubre. Haría esto en un gesto similar a aquel que tienen algunas personas al tallar sus nombres en la corteza de los árboles, sabiendo que estos nunca les pertenecerán, que vivirán y seguirán creciendo después de su muerte, llevando la firma hacia alturas ilegibles durante siglos.

En el interior del libro hay una serie de láminas impresas en escala de grises, que fueron tomadas de las colecciones del Museo de Antropología y Etnografía de la Academia de Ciencias de Leningrado. Las piezas retratadas provienen de pueblos norteamericanos conquistados: muestran objetos despojados de los montes y valles de territorios ocupados, arrancados de su contexto, de sus usos, de sus afectos y usuarios, para ser llevados a las bodegas de un museo en las frías tierras de un país de Europa del Este.

Hay una máscara en forma de cara humana; otra máscara de rostro humano en la cual la boca está entreabierta y los dientes se asoman; otra máscara coronada por un mechón de pelo y cuya boca dibuja una mueca o sonrisa; una máscara con la forma de una trompa de mosquito; una máscara de lobo; un tocado ceremonial con flecos que se estiran hacia arriba; otro tocado que se asemeja a un pájaro, con el pico sobresaliendo hacia el frente; un tocado en el cual varios animales se sostienen unos sobre otros; un tocado con la forma de un ave que se posa sobre la cabeza de quien la usa; una túnica para danzante; un yelmo y una armadura de madera; un sonajero de chamán; un sonajero de madera tallada; otro sonajero con la forma de una cabeza humana; una tabla de madera en la cual se distingue la figura de un oso; un tazón con la forma de un castor nadando; una canoa con pequeños remeros tallados en madera; una canoa pintada en el exterior con figuras geométricas, animales y humanas; una pipa con la forma de una embarcación; un peine para uso del chamán; un collar con adornos en hueso que muestran espíritus encarnados; un amuleto tallado en un colmillo de oso; una cuchara tallada en cuerno de cabra; un cucharón tallado en un cuerno de carnero salvaje; una manta Chilkat; una manta tejida con pelo de cabras monteses y un tocado para chamán con adornos de cabello humano.

¿Qué impulso llevó a los conquistadores a tomar posesión de algo cuyo poder no se comprendía, para luego guardarlo en un frío edificio en tierras extranjeras y lejanas? La posesión de los objetos de estos pueblos difiere de aquella que se tiene de libros como este: estos últimos pasan de mano en mano, se abren, se cierran, se desgastan, se firman, se marcan, se recorren, se abren, se revelan e interpelan. Son objetos que se poseen en la medida en que se transforman en la lectura. Su posesión exige atención, tiempo y trabajo de quien la asume, y en cada toma de posesión resulta un libro diferente, resultado de un encuentro único entre materialidades.

A la vez, al igual que las máscaras, tocados, túnicas, amuletos, sonajeros, cucharones y otros objetos de estos pueblos norteamericanos, los libros tienen también agencia y poder sobre quien los toca.

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Estante
Sur
No.
No. 009
Palabra clave
Hogar
Autor
Hernández, Vicente Martín
Título
Arquitectura doméstica de la ciudad de México (1890-1925)
Editorial
Universidad Nacional Autónoma de México
Año
1981
Peso
Una plancha

El capítulo final de este libro se titula “Ensayo sobre patología del hábitat, vida, padecimientos y muerte de las viviendas”. En este texto se analiza una continuidad entre la vivienda y quien la habita, pensando en el habitar como una relación de reciprocidad entre dos cuerpos, uno que contiene y otro contenido. Las viviendas se abordan aquí como sistemas vivientes que prosperan cuando son “alimentadas” y cuidadas por sus moradores, las cuales, por otro lado, enferman y en ocasiones mueren cuando se dejan de habitar o simplemente se “ocupan”. Los residentes, por su parte, pueden ser acogidos por sus viviendas y en ello florecer, o por el contrario, pueden estar en una vivienda desolada que con el tiempo mermará su vitalidad.

El autor estudia varios casos de algunas viviendas de la Ciudad de México, ubicadas en colonias de la zona centro que de hecho son cercanas al departamento donde actualmente resido y en el cual también se encuentra la biblioteca de Idalia. A través de estos casos va construyendo analogías entre padecimientos del cuerpo humano y padecimientos presentes en la estructura de las viviendas, buscando, caso a caso, el punto en el cual ambos cuerpos se hacen indisociables. Algunas de las casas que aparecen en el ensayo fueron el refugio de las clases medias a comienzos del sigo XX, en barrios como San Rafael, Santa María La Ribera o la colonia Guerrero. Hoy estas se encuentran abandonadas por la creciente migración de sus primeros pobladores hacia los suburbios de la ciudad. En algunos casos, estas viviendas se convierten en vecindades que se van gradualmente fracturando, al ser ocupadas de un modo que desborda su propósito, estructura e infraestructura. Otras veces, las casas se fraccionan en distintos comercios que no solo alteran su fachada, sino que las “enfrían” y debilitan al interior. Algunas edificaciones permanecen inhabitadas, o son ocupadas por residentes temporales quienes, como yo, rentan un piso o habitación por periodos cortos de tiempo.

Quienes vivimos en renta vamos transitando de departamento en departamento, de edificio en edificio, estando un par de años aquí y otro par de años allá, cultivando en nuestros cuerpos una sensación de desarraigo que se renueva con cada mudanza. Las moradas, por su parte, no se “humanizan” lo suficiente, no se apropian lo suficiente y por lo tanto no se procuran lo suficiente: en ello sufren también las consecuencias del acomodo y desacomodo que produce cada desocupación.

En este departamento, en el número 21 de la Calle Ignacio Allende, ya había “hogar” cuando llegamos a rentarlo quienes ahora vivimos aquí: no estaba vacío y desprovisto como lo suele estar un espacio antes de ser ocupado por nuevos habitantes. El departamento estaba cargado aún de la vida de quienes nos precedieron. Estaban algunos muebles, algunos cuadros, algunos objetos personales y varios estantes llenos de libros que mantuvieron cálido el espacio al momento de nuestra llegada.

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Estante
Sur
No.
No. 010
Palabra clave
Errancia
Autor
O'Gorman, Helen
Título
Plantas y flores de México
Editorial
Universidad Nacional Autónoma de México
Año
1963
Peso
Una piña

Abro este libro en una lámina que muestra un cactus con brotes de flores de un color naranja intenso y algunos frutos de tuna. Es el Opuntia tomentosa, la especie de cactácea que llaman comúnmente nopal acá en el centro de México. En la descripción de la lámina se cuenta la relación entre esta planta y el relato de origen de Tenochtitlan. Según este relato, el dios Huitzilopochtli instó al pueblo mexica a errar por el actual territorio mexicano hasta encontrar un ejemplar de nopal sobre el cual se posara un águila, la cual, a su vez, debería estar devorando una serpiente. El cactus, en las narraciones históricas más conocidas, se ha convertido en signo del fin de la errancia de un pueblo y en el mojón que marca el lugar donde formar su hogar.

Luego de haber vivido dos años sobre esta “casa de nopal” que antes fue Tenochtitlan y hoy es el centro histórico de la Ciudad de México, me doy cuenta de que esta planta ha sido también el signo de errancias posteriores, que sucedieron al saqueo y destrucción de Tenochtitlan tras la toma de esta ciudad por las huestes españolas. La ciudad se ha construido, destruido y reconstruido varias veces, moviendo las ruinas de destrucciones anteriores para incorporarlas a las nuevas edificaciones, y descolocando cada vez más el sentido de lugar que demandó alguna vez Huitzilopochtli: un proyecto imperial, luego un proyecto colonial y finalmente un proyecto metropolitano. De un modo extraño pero claramente perceptible, la ciudad se ha convertido en materia errante que nunca descansa, al estar siempre desacomodándose y reacomodándose fallidamente tras cada cambio de paradigma.

Los nopales florecen en medio de la materia de esta ciudad removida: son plantas que han sobrevivido todas las transformaciones de este territorio, creciendo altas y resilientes, aún en condiciones de sequía extrema.

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Estante
Noreste
No.
No. 011
Palabra clave
Utensilio
Autor
Brozová, Jarmila et al.
Título
Colour Encyclopedia of Antiques
Editorial
Hamlyn
Año
1980
Peso
Una bolsa de detergente

En láminas coloridas aparecen objetos domésticos europeos fabricados entre los siglos XIII y XIX. Se ven cofres suizos delicadamente tallados; mesas con incrustaciones en marfil y ébano; sillas acolchadas con respaldos decorados de diversos modos; enormes gabinetes forrados en láminas metálicas y piedras preciosas; sillones tapizados con elaborados textiles; aparadores con enchapados brillantes; relojes que se convierten en árboles de hojas de bronce o en figuras humanas; otros relojes que son en sí mismos gigantescas piezas de mobiliario; tapices que probablemente ocupan la envergadura entera de un muro muy alto; tapetes cuyos tejidos parecen mapas de mundos desconocidos; lámparas de techo que son como árboles dorados que cuelgan invertidos; espejos que son abrazados por enredaderas doradas; teteras de plata repujada; cucharas cuyos mangos son pequeñas figuras; bandejas adornadas con flores y ramas plateadas; cuencos de porcelana con dibujos de pequeños pájaros, flores o frutas; jarrones pintados con diversos ornamentos; platos que son cuadros vivos; fruteros que se alzan y desbordan como volcanes; copas hechas de un cristal tan delgado que parece papel plegado.

Pienso en las viviendas donde residían estos objetos antes de ser coleccionados y exhibidos en museos de artes y oficios. Imagino la vida cotidiana alrededor de estos muebles, las personas que se sentaron en las sillas, los zapatos que pisaron los tapetes, la ropa guardada en los gabinetes, las tazas que se posaron sobre las mesas, los rostros mirándose en los espejos, las cenas servidas en los platos y las bebidas en los vasos. Estas piezas de museo fueron en su momento cosas útiles: fueron parte del complicado tejido material que hizo posible cierto tipo de vida.

Me asombra la complejidad de estos objetos europeos, el trabajo que exige pintar los jarrones, tallar las patas de los muebles, tejer la tapicería de las sillas o repujar la lámina metálica que hace que un marco se convierta en follaje. Los contrasto con la simplicidad de los objetos industriales que me han acompañado a lo largo de mis últimas mudanzas en México: aquello que he traído conmigo durante estos años y que constituye el tejido material de mi vida ha sido primordialmente seleccionado entre las alternativas que ofrece un almacén de cadena.

Guiada por la urgencia más que por el deseo, al llegar a México compré algunos muebles y utensilios que me han acompañado mientras leo esta biblioteca. Estos no tienen ornamentos, carecen del brillo de las teteras de plata, les falta el peso de algunos materiales más nobles como las maderas finas de los gabinetes, y en ellos no se invirtieron horas de labor manual.

Sin embargo, desde su materialidad aparentemente genérica, la mesa que soporta este libro no se dobla ante su peso. La taza de cerámica que a veces acompaña estas lecturas, por su parte, sostiene en ella una cantidad suficiente de café y la mantiene caliente.

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Estante
Noreste
No.
No. 012
Palabra clave
Pertenencia
Autor
Theal, George M'Call
Título
The Story of Nations. South Africa
Editorial
T. Fisher Unwin
Año
1894
Peso
Una lata de fríjoles

La línea de mis ancestros se puede rastrear por un camino lleno de curvas, líneas quebradizas y entrecruces con otros linajes, hasta alcanzar aquellos grupos de hombres que navegaron el océano Atlántico y llegaron a las costas de este continente hoy llamado América, hacia 1492. Por un lado, me precede una estirpe de gente intelectual y política que se pierde en una genealogía opaca, la cual se admite española pero no indígena. Por el otro está una ascendencia de comerciantes de pequeños pueblos colonos de las tierras del norte de mi país. En ambos casos hay trazos que conducen hasta la llegada de los primeros navíos europeos que atracaron en estos territorios.
Visualizo a los líderes de estas colosales expediciones reclutando tripulaciones de hombres incautos para emprender juntos un viaje largo, incierto, a través de un mar cuya línea de horizonte se perdía de vista y en el cual las mareas eran como mandíbulas abiertas devorándolo todo. Pienso además en su llegada a una tierra extraña, a un suelo, vegetación y habitantes nuevos, posiblemente amenazantes para sus frágiles cuerpos blancos. Me cuesta sin embargo imaginar cómo, luego de meses de mareas inestables, confusión, desorientación y cansancio, estos hombres atracaban en tierras extranjeras con la confianza de llamarlas suyas y la resolución inmediata de tomar posesión de ellas.
El capítulo II de este libro relata la llegada de las primeras naves portuguesas a las costas sudafricanas. Bartholomeu Dias, quien zarpó desde Portugal buscando una ruta oceánica hacia la India, rodeó la costa oeste del continente africano y atracó en la punta sur de esta masa de tierra, en una ensenada que desde entonces ha llevado el nombre de Angra Pequena, o “isla pequeña”. Al tocar tierra, el portugués clavó una cruz en la arena para tomar posesión del enorme “baldío” que se extendía desde el borde del océano hacia el interior del continente. Luego siguió navegando al norte por la costa este, hasta alcanzar un litoral donde desembarcó y estableció el primer contacto conocido en esta región, entre hombres blancos y los pueblos bantú y hotentote. Siguió navegando costa arriba hasta llegar a una isla, donde decidió clavar otra cruz para ir marcando el terreno a medida que se rodeaba la punta austral africana.
Después del retorno de Dias a Portugal siguieron otras expediciones portuguesas, holandesas, francesas e inglesas, que fueron progresivamente ocupando el territorio africano hasta instaurar en él en un conjunto arbitrario de naciones coloniales. Las cruces quedaron probablemente en la arena como marca esa toma de posesión primigenia.
Ese gesto sobre la arena se convirtió en una forma de habitar la tierra, de vivir y de entrar en relación con el mundo material, desde las cosas hasta los valles, en los campos y ciudades de África y América.

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Estante
Noreste
No.
No. 012
Palabra clave
Pertenencia
Autor
Theal, George M'Call
Título
The Story of Nations. South Africa
Editorial
T. Fisher Unwin
Año
1894
Peso
Una lata de fríjoles

La línea de mis ancestros se puede rastrear por un camino lleno de curvas, líneas quebradizas y entrecruces con otros linajes, hasta alcanzar aquellos grupos de hombres que navegaron el océano Atlántico y llegaron a las costas de este continente hoy llamado América, hacia 1492. Por un lado, me precede una estirpe de gente intelectual y política que se pierde en una genealogía opaca, la cual se admite española pero no indígena. Por el otro está una ascendencia de comerciantes de pequeños pueblos colonos de las tierras del norte de mi país. En ambos casos hay trazos que conducen hasta la llegada de los primeros navíos europeos que atracaron en estos territorios.

Visualizo a los líderes de estas colosales expediciones reclutando tripulaciones de hombres incautos para emprender juntos un viaje largo, incierto, a través de un mar cuya línea de horizonte se perdía de vista y en el cual las mareas eran como mandíbulas abiertas devorándolo todo. Pienso además en su llegada a una tierra extraña, a un suelo, vegetación y habitantes nuevos, posiblemente amenazantes para sus frágiles cuerpos blancos. Me cuesta sin embargo imaginar cómo, luego de meses de mareas inestables, confusión, desorientación y cansancio, estos hombres atracaban en tierras extranjeras con la confianza de llamarlas suyas y la resolución inmediata de tomar posesión de ellas.

El capítulo II de este libro relata la llegada de las primeras naves portuguesas a las costas sudafricanas. Bartholomeu Dias, quien zarpó desde Portugal buscando una ruta oceánica hacia la India, rodeó la costa oeste del continente africano y atracó en la punta sur de esta masa de tierra, en una ensenada que desde entonces ha llevado el nombre de Angra Pequena, o “isla pequeña”. Al tocar tierra, el portugués clavó una cruz en la arena para tomar posesión del enorme “baldío” que se extendía desde el borde del océano hacia el interior del continente. Luego siguió navegando al norte por la costa este, hasta alcanzar un litoral donde desembarcó y estableció el primer contacto conocido en esta región, entre hombres blancos y los pueblos bantú y hotentote. Siguió navegando costa arriba hasta llegar a una isla, donde decidió clavar otra cruz para ir marcando el terreno a medida que se rodeaba la punta austral africana.

Después del retorno de Dias a Portugal siguieron otras expediciones portuguesas, holandesas, francesas e inglesas, que fueron progresivamente ocupando el territorio africano hasta instaurar en él en un conjunto arbitrario de naciones coloniales. Las cruces quedaron probablemente en la arena como marca esa toma de posesión primigenia.
Ese gesto sobre la arena se convirtió en una forma de habitar la tierra, de vivir y de entrar en relación con el mundo material, desde las cosas hasta los valles, en los campos y ciudades de África y América.

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Estante
Noreste
No.
No. 013
Palabra clave
Alimento
Autor
Opie, Iona y Peter Opie
Título
The Oxford Dictionary of Nursery Rhymes
Editorial
Oxford University Press
Año
1997
Peso
Un par de zapatos

“If all the world were paper,
And all the sea were ink,
If all the trees were bread and cheese,
What should we have to drink?”
(Pág. 547).

(Si el mundo fuera papel,
y el mar solo tinta,
si los árboles fueran de pan y queso,
¿qué habría para beber?)

Voy a la cocina. Vierto agua en un vaso y la bebo. Sobre el mesón hay una hilera de frasquitos que resguardan condimentos: orégano, canela, cilantro, albahaca, pimienta negra, comino, chipotle, curry amarillo, jengibre y un polvo rojo sin etiqueta ni olor. Algunos frascos yacen junto a estos, vacíos. Hay un frasco de mayor tamaño con granos de café junto a otro con granos de arroz. Al lado hay dos frascos más pequeños, uno con fríjoles y otro con lentejas. Un jarrón de cerámica contiene cucharones, palas, un molinillo, unas tijeras y un colador vencido en el centro de la malla. Hay un salero con los cristales de sal adheridos por dentro a sus paredes. Hay una bolsa de té usada dejando tras de sí un camino de agua oscura. Hay una cáscara de plátano. Hay un vaso de vidrio con sedimentos y marcas de grasa.

Una mosca revolotea, posándose de vez en cuando sobre un frasco, un plato, un cucharón, un punto de la plancha de fórmica. Tras una larga danza de vuelos, círculos y saltos en patrones azarosos, deja todo salpicado de huellas microscópicas.
En el lavaplatos hay dos platos con los restos adheridos de la cena. En sus superficies se ven caminos rojos trazados por el arrastre del cuchillo y el tenedor. Junto a estos hay cubiertos, incontables, y dos vasos sosteniéndose en delicado equilibrio. Sobre el conjunto cae persistentemente una gota de agua, luego de formarse lentamente en la punta del grifo.

Hay un refrigerador en la esquina. Adentro hay cuatro huevos rojos. Hay medio aguacate con la pulpa ennegrecida. Hay un paquete de tortillas de harina. Hay un frasco de mostaza, seis tomates, una calabaza, media cebolla, dos zanahorias, un plátano, dos naranjas, una barra de mantequilla, una olla con restos de guisado, un tarro plástico con sopa de verduras y un pedazo de pastel envuelto en servilletas. En la parte de arriba hay un pequeño compartimento para congelar, donde se guarda una hielera vacía, una pechuga de pollo, un recipiente plástico con puré de tomate y un recipiente con fruta congelada. En este electrodoméstico las cosas se contraen, fracturan y distienden imperceptiblemente con cada bocanada de aire inducido por los tubos de gas refrigerante. Aquí se guarda la materia orgánica con el deseo de sustraerla del tiempo.
Sin embargo, las partículas no cesan de agitarse, todo cambia de forma, nada permanece igual aunque el frío ralentice algunos cambios de color y sabor en la comida.

En el bote de basura la materia antes guardada en la nevera está mutando más rápido, estimulada por el calor y el oxígeno. Las cáscaras, pieles, pulpas, papeles, restos, semillas, tallos y hojas mustias están transformándose en tierra negra y fértil.
Esta tierra, más adelante, recibirá semillas de nuevas plantas que, una vez estén grandes y robustas, se pueden convertir en pulpa para hacer papel.

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Estante
Noreste
No.
No. 012
Palabra clave
Pertenencia
Autor
Theal, George M'Call
Título
The Story of Nations. South Africa
Editorial
T. Fisher Unwin
Año
1894
Peso
Una lata de fríjoles

La línea de mis ancestros se puede rastrear por un camino lleno de curvas, líneas quebradizas y entrecruces con otros linajes, hasta alcanzar aquellos grupos de hombres que navegaron el océano Atlántico y llegaron a las costas de este continente hoy llamado América, hacia 1492. Por un lado, me precede una estirpe de gente intelectual y política que se pierde en una genealogía opaca, la cual se admite española pero no indígena. Por el otro está una ascendencia de comerciantes de pequeños pueblos colonos de las tierras del norte de mi país. En ambos casos hay trazos que conducen hasta la llegada de los primeros navíos europeos que atracaron en estos territorios.
Visualizo a los líderes de estas colosales expediciones reclutando tripulaciones de hombres incautos para emprender juntos un viaje largo, incierto, a través de un mar cuya línea de horizonte se perdía de vista y en el cual las mareas eran como mandíbulas abiertas devorándolo todo. Pienso además en su llegada a una tierra extraña, a un suelo, vegetación y habitantes nuevos, posiblemente amenazantes para sus frágiles cuerpos blancos. Me cuesta sin embargo imaginar cómo, luego de meses de mareas inestables, confusión, desorientación y cansancio, estos hombres atracaban en tierras extranjeras con la confianza de llamarlas suyas y la resolución inmediata de tomar posesión de ellas.
El capítulo II de este libro relata la llegada de las primeras naves portuguesas a las costas sudafricanas. Bartholomeu Dias, quien zarpó desde Portugal buscando una ruta oceánica hacia la India, rodeó la costa oeste del continente africano y atracó en la punta sur de esta masa de tierra, en una ensenada que desde entonces ha llevado el nombre de Angra Pequena, o “isla pequeña”. Al tocar tierra, el portugués clavó una cruz en la arena para tomar posesión del enorme “baldío” que se extendía desde el borde del océano hacia el interior del continente. Luego siguió navegando al norte por la costa este, hasta alcanzar un litoral donde desembarcó y estableció el primer contacto conocido en esta región, entre hombres blancos y los pueblos bantú y hotentote. Siguió navegando costa arriba hasta llegar a una isla, donde decidió clavar otra cruz para ir marcando el terreno a medida que se rodeaba la punta austral africana.
Después del retorno de Dias a Portugal siguieron otras expediciones portuguesas, holandesas, francesas e inglesas, que fueron progresivamente ocupando el territorio africano hasta instaurar en él en un conjunto arbitrario de naciones coloniales. Las cruces quedaron probablemente en la arena como marca esa toma de posesión primigenia.
Ese gesto sobre la arena se convirtió en una forma de habitar la tierra, de vivir y de entrar en relación con el mundo material, desde las cosas hasta los valles, en los campos y ciudades de África y América.

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Estante
Noreste
No.
No. 014
Palabra clave
Migración
Autor
Gonzalbo Aizpuru, Pilar (coord.)
Título
Historia de la vida cotidiana en México I: Mesoamérica y los ámbitos indígenas de la Nueva España
Editorial
El Colegio de México y Fondo de Cultura Económica
Año
2006
Peso
Una manta

Quienes vivimos en las grandes ciudades parecemos estar contemplando constantemente la fuga: a los bosques, a los montes, a las selvas o a las playas, así no sepamos cómo se vive en estos lugares ni aquello que implica empezar ahí una nueva vida. Tal vez por esta razón esperamos con anhelo durante una parte importante del año ese desvío que proveen las vacaciones: salir unos días de la ciudad para estar en el campo, en otras ciudades distintas, o en los balnearios que se erigen a las orillas de un cuerpo de agua en el cual, tal vez, sumergiremos nuestros cuerpos para que la corriente diluya la densidad de la experiencia citadina. Acariciamos otra forma de existir libre, lenta y abundante, para proyectar en esta la posibilidad de transformar radicalmente nuestra vida. Luego, al regreso, con la piel bronceada y algunos souvenires en la maleta, sobrellevamos el resto del año la vida agitada, atropellada e inmediata de estas aglomeraciones monumentales de edificios y personas.

La última vez que mi familia visitó México fuimos a un balneario en la costa del estado de Quintana Roo, al sur de México, para encontrarnos por unos días en nuestro deseo de huida. En las playas se aglomeraban montones de turistas de diferentes partes del planeta, pálidos o ya enrojecidos por el sol, mojando sus pies en la orilla del mar o tostándose sobre toallas coloridas. Los hoteles se apilaban como cajas de zapatos a lo largo de la costa.

Durante este viaje, rentamos un automóvil y salimos a recorrer una parte de la selva donde, desde hace varios siglos, se refugió el pueblo maya para escapar de la forma de vida impuesta por los conquistadores en sus pueblos de origen: para estos últimos, cabe anotar, el escape no fue un desvío momentáneo sino una estrategia de supervivencia. Al respecto, escribe Laura Caso Barrera en el capítulo 16 de este libro, titulado “Vidas fugitivas: los pueblos mayas de huidos en Yucatán”:
“No fue fácil para los mayas yucatecos someterse al dominio español. Detestaban la opresión y la codicia de sus conquistadores, que los obligaban a trabajar de sol a sol y a producir artículos importantes para el comercio colonial. Posiblemente lo que más resintieron fueron los cambios radicales en su vida cotidiana, en sus costumbres y creencias. Los mayas opusieron una tenaz resistencia ante sus dominadores; su arma más eficaz fue huir a la selva de El Petén, donde se liberaban de la explotación y podían reconstruir su forma de vida” (Pág. 473).

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Estante
Noreste
No.
No. 012
Palabra clave
Pertenencia
Autor
Theal, George M'Call
Título
The Story of Nations. South Africa
Editorial
T. Fisher Unwin
Año
1894
Peso
Una lata de fríjoles

La línea de mis ancestros se puede rastrear por un camino lleno de curvas, líneas quebradizas y entrecruces con otros linajes, hasta alcanzar aquellos grupos de hombres que navegaron el océano Atlántico y llegaron a las costas de este continente hoy llamado América, hacia 1492. Por un lado, me precede una estirpe de gente intelectual y política que se pierde en una genealogía opaca, la cual se admite española pero no indígena. Por el otro está una ascendencia de comerciantes de pequeños pueblos colonos de las tierras del norte de mi país. En ambos casos hay trazos que conducen hasta la llegada de los primeros navíos europeos que atracaron en estos territorios.
Visualizo a los líderes de estas colosales expediciones reclutando tripulaciones de hombres incautos para emprender juntos un viaje largo, incierto, a través de un mar cuya línea de horizonte se perdía de vista y en el cual las mareas eran como mandíbulas abiertas devorándolo todo. Pienso además en su llegada a una tierra extraña, a un suelo, vegetación y habitantes nuevos, posiblemente amenazantes para sus frágiles cuerpos blancos. Me cuesta sin embargo imaginar cómo, luego de meses de mareas inestables, confusión, desorientación y cansancio, estos hombres atracaban en tierras extranjeras con la confianza de llamarlas suyas y la resolución inmediata de tomar posesión de ellas.
El capítulo II de este libro relata la llegada de las primeras naves portuguesas a las costas sudafricanas. Bartholomeu Dias, quien zarpó desde Portugal buscando una ruta oceánica hacia la India, rodeó la costa oeste del continente africano y atracó en la punta sur de esta masa de tierra, en una ensenada que desde entonces ha llevado el nombre de Angra Pequena, o “isla pequeña”. Al tocar tierra, el portugués clavó una cruz en la arena para tomar posesión del enorme “baldío” que se extendía desde el borde del océano hacia el interior del continente. Luego siguió navegando al norte por la costa este, hasta alcanzar un litoral donde desembarcó y estableció el primer contacto conocido en esta región, entre hombres blancos y los pueblos bantú y hotentote. Siguió navegando costa arriba hasta llegar a una isla, donde decidió clavar otra cruz para ir marcando el terreno a medida que se rodeaba la punta austral africana.
Después del retorno de Dias a Portugal siguieron otras expediciones portuguesas, holandesas, francesas e inglesas, que fueron progresivamente ocupando el territorio africano hasta instaurar en él en un conjunto arbitrario de naciones coloniales. Las cruces quedaron probablemente en la arena como marca esa toma de posesión primigenia.
Ese gesto sobre la arena se convirtió en una forma de habitar la tierra, de vivir y de entrar en relación con el mundo material, desde las cosas hasta los valles, en los campos y ciudades de África y América.

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Estante
Noreste
No.
No. 015
Palabra clave
Lectura
Autor
Cortazar, Julio
Título
Rayuela (edición rusa)
Editorial
Ilegible
Año
2004
Peso
Un aguacate

Veo caracteres rusos que forman palabras ilegibles. Pasando las páginas, me encuentro con bloques de texto que no comprendo. Las letras, frases y párrafos se convierten en minúsculos diseños que adornan las hojas de papel. Luego de recorrerlo varias veces como una detective ante un código encriptado, infiero que este libro es la Rayuela de Julio Cortázar. Descubro una secuencia numérica en el índice, que me lleva a recordar ese desconcertante orden de lectura que propone el autor como alternativa al recorrido lineal que se suele seguir en los libros, de comienzo a fin y de izquierda a derecha:

73 - 1 - 2 - 116 - 3 - 84 - 4 - 71 - 5 - 81 - 74 - 6 - 7 - 8 - 93 - 68 - 9 - 104 - 10 - 65 - 11 - 136 - 12 - 106 - 13 - 115 - 14 - 114 - 117 - 15 - 120 - 16 137 - 17 - 97 - 18 - 153 - 19 - 90 - 20 - 126 - 21 - 79 - 22 - 62 - 23 - 124 - 128 - 24 - 134 - 25 - 141 - 60 - 26 - 109 - 27 - 28 - 130 - 151 - 152 - 143 - 100 - 76 - 101 - 144 - 92 - 103 - 108 - 64 - 155 - 123 - 145 - 122 - 112 - 154 - 85 - 150 - 95 - 146 - 29 - 107 - 113 - 30 - 57 - 70 - 147 - 31 - 32 - 132 - 61 - 33 - 67 - 83 - 142 - 34 - 87 - 105 - 96 - 94 - 91 - 82 - 99 - 35 - 121 - 36 - 37 - 98 - 38 - 39 - 86 - 78 - 40 - 59 - 41 - 148 - 42 - 75 - 43 - 125 - 44 - 102 - 45 - 80 - 46 - 47 - 110 - 48 - 111 - 49 - 118 - 50 - 119 - 51 - 69 - 52 - 89 - 53 - 66 - 149 - 54 - 129 - 139 - 133 - 140 - 138 - 127 - 56 - 135 - 63 - 88 - 72 - 77 - 131 - 58 - 131 -

Cuando la leí, hace 25 años, no me agradó la relación entre Oliveira y su amante uruguaya, me incomodó el esnobismo del protagonista y me disgustó en particular la condescendencia con la que se trataba a los personajes femeninos. Sin embargo, con este libro descubrí la posibilidad de leer de otro modo, de brincar de un capítulo a otro, de atrás para adelante y luego nuevamente hacia adelante y después hacia atrás, abriendo en ello otra forma de navegar un texto.

Este orden de lectura se parece más al modo en el cual se genera el pensamiento y se desarrolla la vida de modo general: las ideas casi siempre se aparecen en medio de la noche, en el camino a la tienda, en la cocina, mientras se lava la ropa, y luego en la página se tejen unas con otras hasta formar un orden y un sentido que no es posible anticipar. Del mismo modo, en los bosques, las plantas se propagan de modo irregular, se van encontrando, se entrelazan unas con otras y van llenando los espacios hasta poblarlo todo de vida.

Esta Rayuela de números aparentemente aleatorios se leía, recuerdo, de una manera más palpitante, más intensa, más presente, porque no se progresaba midiendo el peso de las hojas que quedaban por leer, o viendo la meta de la última página como un horizonte a conquistar, o contemplando como destino el fin del libro.

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Estante
Noreste
No.
No. 012
Palabra clave
Pertenencia
Autor
Theal, George M'Call
Título
The Story of Nations. South Africa
Editorial
T. Fisher Unwin
Año
1894
Peso
Una lata de fríjoles

La línea de mis ancestros se puede rastrear por un camino lleno de curvas, líneas quebradizas y entrecruces con otros linajes, hasta alcanzar aquellos grupos de hombres que navegaron el océano Atlántico y llegaron a las costas de este continente hoy llamado América, hacia 1492. Por un lado, me precede una estirpe de gente intelectual y política que se pierde en una genealogía opaca, la cual se admite española pero no indígena. Por el otro está una ascendencia de comerciantes de pequeños pueblos colonos de las tierras del norte de mi país. En ambos casos hay trazos que conducen hasta la llegada de los primeros navíos europeos que atracaron en estos territorios.
Visualizo a los líderes de estas colosales expediciones reclutando tripulaciones de hombres incautos para emprender juntos un viaje largo, incierto, a través de un mar cuya línea de horizonte se perdía de vista y en el cual las mareas eran como mandíbulas abiertas devorándolo todo. Pienso además en su llegada a una tierra extraña, a un suelo, vegetación y habitantes nuevos, posiblemente amenazantes para sus frágiles cuerpos blancos. Me cuesta sin embargo imaginar cómo, luego de meses de mareas inestables, confusión, desorientación y cansancio, estos hombres atracaban en tierras extranjeras con la confianza de llamarlas suyas y la resolución inmediata de tomar posesión de ellas.
El capítulo II de este libro relata la llegada de las primeras naves portuguesas a las costas sudafricanas. Bartholomeu Dias, quien zarpó desde Portugal buscando una ruta oceánica hacia la India, rodeó la costa oeste del continente africano y atracó en la punta sur de esta masa de tierra, en una ensenada que desde entonces ha llevado el nombre de Angra Pequena, o “isla pequeña”. Al tocar tierra, el portugués clavó una cruz en la arena para tomar posesión del enorme “baldío” que se extendía desde el borde del océano hacia el interior del continente. Luego siguió navegando al norte por la costa este, hasta alcanzar un litoral donde desembarcó y estableció el primer contacto conocido en esta región, entre hombres blancos y los pueblos bantú y hotentote. Siguió navegando costa arriba hasta llegar a una isla, donde decidió clavar otra cruz para ir marcando el terreno a medida que se rodeaba la punta austral africana.
Después del retorno de Dias a Portugal siguieron otras expediciones portuguesas, holandesas, francesas e inglesas, que fueron progresivamente ocupando el territorio africano hasta instaurar en él en un conjunto arbitrario de naciones coloniales. Las cruces quedaron probablemente en la arena como marca esa toma de posesión primigenia.
Ese gesto sobre la arena se convirtió en una forma de habitar la tierra, de vivir y de entrar en relación con el mundo material, desde las cosas hasta los valles, en los campos y ciudades de África y América.

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Estante
Noreste
No.
No. 016
Palabra clave
Supervivencia
Autor
Clavigero, Francisco Javier
Título
Historia Antigua de México, Tomo III
Editorial
Porrúa
Año
1945
Peso
Un sombrero

Hoy es lunes, 21 de diciembre. En días pasados, varios diarios mexicanos comenzaron a anunciar una saturación de más del 80% en las camillas y unidades de cuidados intensivos en varios hospitales de la zona metropolitana de la Ciudad de México: los pacientes infectados con la enfermedad respiratoria causada por el virus SARS-CoV-2 están llegando en multitudes a las salas de emergencia, haciendo colapsar el sistema médico con una demanda que no se puede cumplir. A la vez, han comenzado a circular notas de prensa que subrayan el agotamiento de aquellas personas que trabajan en la primera línea de atención de estos hospitales: ellas y ellos llevan meses trabajando jornadas muy largas, atendiendo pacientes que en algunas ocasiones pierden la vida y poniendo además sus propias vidas en permanente riesgo a medida que crecen los contagios. La enfermedad hace vulnerables a aquellas personas que están exponiendo su cuerpo constantemente, tanto en los hospitales como en otros espacios de alto riesgo. A la vez, la amenaza de esta situación y sus efectos vulneran de maneras diferentes a todas y todos quienes estamos con vida, hoy, intentando sostenernos: algunas personas deben salir a la calle, otras deben encerrarse sin salir de casa, otras son testigos de cómo personas cercanas son alcanzadas por la enfermedad.

Mientras llegan estas noticias y surgen estas reflexiones, busco resonancias en el estante nororiental de la biblioteca de Idalia y encuentro esta colección, compuesta por tres tomos impresos en delicadas hojas, oscurecidas y endurecidas en el curso de los años. Cuesta trabajo pasar las páginas sin escuchar algún crujido o tirón en el lomo, pero, con todo el cuidado posible, llego hasta el capítulo XXXII del tercer tomo: “Estrago de las viruelas. Muerte del rey Cuitlahuatzin y del príncipe Maxixcatzin y elección del rey Quauhtemotzin”:
“Este terrible azote del género humano ignorado hasta entonces en aquel Nuevo Mundo, lo llevó consigo un negro esclavo de Narváez; contagiáronse con su comunicación los cempoaltecas y de allí se propagó el mal por todo el imperio mexicano con indecible daño de aquellas naciones. Perecieron muchos millares de hombres y quedaron algunos lugares despoblados. Aquellos cuya complexión prevaleció a la violencia del mal se levantaron tan estragados y con tan profundos vestigios del veneno en los rostros, que causaban espanto a los demás. Entre los estragos que causó la nueva enfermedad fué muy sensible a los mexicanos la pérdida de su rey Cuitlahuatzin a los 3 ó 4 meses de reinado y a los tlaxcaltecas y españoles la del príncipe Maxixcatzin. Los mexicanos eligieron en lugar de Cuitlahuatzin a su sobrino Quauhtemotzin; porque ya no vivía hermano alguno de los pasados reyes” (Pág. 214).

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Estante
Noreste
No.
No. 012
Palabra clave
Pertenencia
Autor
Theal, George M'Call
Título
The Story of Nations. South Africa
Editorial
T. Fisher Unwin
Año
1894
Peso
Una lata de fríjoles

La línea de mis ancestros se puede rastrear por un camino lleno de curvas, líneas quebradizas y entrecruces con otros linajes, hasta alcanzar aquellos grupos de hombres que navegaron el océano Atlántico y llegaron a las costas de este continente hoy llamado América, hacia 1492. Por un lado, me precede una estirpe de gente intelectual y política que se pierde en una genealogía opaca, la cual se admite española pero no indígena. Por el otro está una ascendencia de comerciantes de pequeños pueblos colonos de las tierras del norte de mi país. En ambos casos hay trazos que conducen hasta la llegada de los primeros navíos europeos que atracaron en estos territorios.
Visualizo a los líderes de estas colosales expediciones reclutando tripulaciones de hombres incautos para emprender juntos un viaje largo, incierto, a través de un mar cuya línea de horizonte se perdía de vista y en el cual las mareas eran como mandíbulas abiertas devorándolo todo. Pienso además en su llegada a una tierra extraña, a un suelo, vegetación y habitantes nuevos, posiblemente amenazantes para sus frágiles cuerpos blancos. Me cuesta sin embargo imaginar cómo, luego de meses de mareas inestables, confusión, desorientación y cansancio, estos hombres atracaban en tierras extranjeras con la confianza de llamarlas suyas y la resolución inmediata de tomar posesión de ellas.
El capítulo II de este libro relata la llegada de las primeras naves portuguesas a las costas sudafricanas. Bartholomeu Dias, quien zarpó desde Portugal buscando una ruta oceánica hacia la India, rodeó la costa oeste del continente africano y atracó en la punta sur de esta masa de tierra, en una ensenada que desde entonces ha llevado el nombre de Angra Pequena, o “isla pequeña”. Al tocar tierra, el portugués clavó una cruz en la arena para tomar posesión del enorme “baldío” que se extendía desde el borde del océano hacia el interior del continente. Luego siguió navegando al norte por la costa este, hasta alcanzar un litoral donde desembarcó y estableció el primer contacto conocido en esta región, entre hombres blancos y los pueblos bantú y hotentote. Siguió navegando costa arriba hasta llegar a una isla, donde decidió clavar otra cruz para ir marcando el terreno a medida que se rodeaba la punta austral africana.
Después del retorno de Dias a Portugal siguieron otras expediciones portuguesas, holandesas, francesas e inglesas, que fueron progresivamente ocupando el territorio africano hasta instaurar en él en un conjunto arbitrario de naciones coloniales. Las cruces quedaron probablemente en la arena como marca esa toma de posesión primigenia.
Ese gesto sobre la arena se convirtió en una forma de habitar la tierra, de vivir y de entrar en relación con el mundo material, desde las cosas hasta los valles, en los campos y ciudades de África y América.

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Noreste
No.
No. 017
Palabra clave
Desarraigo
Autor
Marín, Emilio
Título
Gramática Española. Segundo libro
Editorial
Progreso
Año
1949
Peso
Una caja de cartón

La editorial que produjo este libro en 1949 tenía sus oficinas en ese entonces a pocos metros del predio que ahora ocupa este edificio. Para esa fecha había otra construcción aquí, presta a ser demolida o renovada para dar lugar al edificio número 21 de la calle Ignacio Allende. Esta edificación que ahora habito, según la placa que aún cuelga del muro norte del vestíbulo, se construyó 10 años después, en 1959. La coincidencia geográfica, la latencia temporal entre libro y edificio, unidas a una curiosidad por el texto que podrían acompañar las delicadas viñetas adornando su portada y guardas, me llevan a abrirlo.En el medio, aparece este poema de Manuel Carpio:

“EL VALLE DE LÁGRIMAS

Lágrimas vierte el infeliz piloto
En la borrasca de la noche oscura,
Cuando brama del mar la vasta anchura
Azotada del áfrico y del noto.
El desterrado allá en lugar remoto
Llora a su patria con filial ternura,
Llora el simple pastor su amargura
La muerta grey en anegado soto.
En su retiro gime el cenobita,
Y el joven triste a quien amor inflama,
Y el sultán en el trono y la mezquita.
Todo hombre en su dolor llanto derrama;
Por eso el mundo en que el mortal habita
El Valle de Lágrimas se llama” (Pág. 118).

Luego de leerlo, revisito las sensaciones que preceden al llanto con facilidad, al tener el cuerpo movido por un tipo particular de desarraigo. Dentro de poco, este hogar será empacado en cajas que serán distribuidas en direcciones distintas. El departamento quedará vacío por un tiempo, sin libros, sin muebles, sin habitantes. Miro por la ventana sur del departamento para tomar un poco de aire, y en la esquina, donde existió la oficina de la editorial Progreso, veo un bar con las puertas cerradas. Junto al bar, está el local vacío que antes ocupaba un restaurante, y en seguida, una discoteca que lleva meses sin abrir. La calle está despoblada y silenciosa. Me dejo atravesar por el silencio y por la brisa y en seguida mi garganta se cierra. Mi cuerpo se hace pesado y hay un desplome de mis piernas y brazos, como si estos, de repente, se rebelaran a la unidad del cuerpo y decidieran arrojarse al suelo por su cuenta. En el pecho hay una fuerza que comprime los órganos hasta causar un dolor que desconozco. Una corriente eléctrica me atraviesa de pies a cabeza y produce temblores en mis manos y rodillas. Mi sangre fluye hacia arriba hasta llenar el cráneo con este líquido oscuro y denso. La cabeza, colmada, se desborda por los ojos.

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Noreste
No.
No. 012
Palabra clave
Pertenencia
Autor
Theal, George M'Call
Título
The Story of Nations. South Africa
Editorial
T. Fisher Unwin
Año
1894
Peso
Una lata de fríjoles

La línea de mis ancestros se puede rastrear por un camino lleno de curvas, líneas quebradizas y entrecruces con otros linajes, hasta alcanzar aquellos grupos de hombres que navegaron el océano Atlántico y llegaron a las costas de este continente hoy llamado América, hacia 1492. Por un lado, me precede una estirpe de gente intelectual y política que se pierde en una genealogía opaca, la cual se admite española pero no indígena. Por el otro está una ascendencia de comerciantes de pequeños pueblos colonos de las tierras del norte de mi país. En ambos casos hay trazos que conducen hasta la llegada de los primeros navíos europeos que atracaron en estos territorios.
Visualizo a los líderes de estas colosales expediciones reclutando tripulaciones de hombres incautos para emprender juntos un viaje largo, incierto, a través de un mar cuya línea de horizonte se perdía de vista y en el cual las mareas eran como mandíbulas abiertas devorándolo todo. Pienso además en su llegada a una tierra extraña, a un suelo, vegetación y habitantes nuevos, posiblemente amenazantes para sus frágiles cuerpos blancos. Me cuesta sin embargo imaginar cómo, luego de meses de mareas inestables, confusión, desorientación y cansancio, estos hombres atracaban en tierras extranjeras con la confianza de llamarlas suyas y la resolución inmediata de tomar posesión de ellas.
El capítulo II de este libro relata la llegada de las primeras naves portuguesas a las costas sudafricanas. Bartholomeu Dias, quien zarpó desde Portugal buscando una ruta oceánica hacia la India, rodeó la costa oeste del continente africano y atracó en la punta sur de esta masa de tierra, en una ensenada que desde entonces ha llevado el nombre de Angra Pequena, o “isla pequeña”. Al tocar tierra, el portugués clavó una cruz en la arena para tomar posesión del enorme “baldío” que se extendía desde el borde del océano hacia el interior del continente. Luego siguió navegando al norte por la costa este, hasta alcanzar un litoral donde desembarcó y estableció el primer contacto conocido en esta región, entre hombres blancos y los pueblos bantú y hotentote. Siguió navegando costa arriba hasta llegar a una isla, donde decidió clavar otra cruz para ir marcando el terreno a medida que se rodeaba la punta austral africana.
Después del retorno de Dias a Portugal siguieron otras expediciones portuguesas, holandesas, francesas e inglesas, que fueron progresivamente ocupando el territorio africano hasta instaurar en él en un conjunto arbitrario de naciones coloniales. Las cruces quedaron probablemente en la arena como marca esa toma de posesión primigenia.
Ese gesto sobre la arena se convirtió en una forma de habitar la tierra, de vivir y de entrar en relación con el mundo material, desde las cosas hasta los valles, en los campos y ciudades de África y América.

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No.
No. 018
Palabra clave
Pertenencia
Autor
Gonzalbo Aizpuru, Pilar (coord.)
Título
Historia de la vida cotidiana en México IV: bienes y vivencias. el siglo XIX
Editorial
El Colegio de México y Fondo de Cultura Económica
Año
2005
Peso
Un jarrón

Antes de migrar a México vendí una parte importante de mi biblioteca. Otra parte la doné al colegio de una institución llamada “Minuto de Dios”, en el occidente de Bogotá. Algunos libros que consideré esenciales viajaron conmigo en la maleta. Otros, se incorporaron a las colecciones de mi papá.

Era una biblioteca pequeña que ocupaba un mueble blanco y pesado. Estaba compuesta por: ediciones económicas de novelas y libros de poesía, acumulados desde mi adolescencia; algunos libros de historia y crónica; varios libros de filosofía que fueron mis herramientas de trabajo durante mi maestría; libros de arte con láminas coloridas; libros de teoría del arte, de historia del arte, de crítica de arte; algunos libros robados de la biblioteca de mi papá que luego regresaron; otros libros heredados de mi tío Fernando, famoso caricaturista y lector.

Las bibliotecas domésticas suelen ser la labor de coleccionistas dedicados que van formando con el tiempo una suerte de “patrimonio de papel”, el cual trasciende a veces su propia existencia. Los libros suelen circular del ámbito público al privado, de la indiferente acumulación de ejemplares idénticos que vemos en las tiendas a los estantes de las casas, para quedarse en ellas y, al ubicarse unos junto a otros, formar poco a poco constelaciones de sentido, afectos y memoria. Con el tiempo, también, los libros coleccionados se van fundiendo con la arquitectura de la casa. ¿Qué sucede cuando circulan de nuevo, de la casa a la calle?

En el capítulo “Vivir de prestado. El empeño en la Ciudad de México”, Marie François analiza un tipo de circulación de objetos que transformó las relaciones entre lo doméstico y lo público, a través del “préstamo por dinero” de algunos bienes. Estudiando los inventarios de algunas casas de empeño de la época, ha podido reconstruir un capítulo importante de la historia material de los hogares capitalinos, así como rastrear los trayectos que atravesaron en su momento los objetos empeñados:

“Aunque en el siglo XIX se promovió la separación entre lo privado y lo público, la experiencia cotidiana de las mujeres que frecuentaban las tiendas, casas de empeños y el Monte de Piedad desmiente esa separación. Las labores hogareñas o “privadas” de amas de casa, sus hijas o criadas —los quehaceres como el aseo, la cocina, el bordado de sobrecamas y manteles— producían prendas que salían a la esfera “pública” o comercial para convertirse en efectivo añadido al presupuesto familiar” (Pág. 85).

En esta biblioteca he descubierto varios libros viejos que probablemente recorrieron  estos trayectos del empeño, desprendiéndose de algún hogar adinerado entrado en ruina o de alguien necesitando dinero rápido para saldar alguna deuda. Después de circular por las casas de empeño, los tianguis o las librerías de viejo del centro histórico de esta ciudad, estos libros, coleccionados por Idalia, regresaron nuevamente a casa.

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No.
No. 012
Palabra clave
Pertenencia
Autor
Theal, George M'Call
Título
The Story of Nations. South Africa
Editorial
T. Fisher Unwin
Año
1894
Peso
Una lata de fríjoles

La línea de mis ancestros se puede rastrear por un camino lleno de curvas, líneas quebradizas y entrecruces con otros linajes, hasta alcanzar aquellos grupos de hombres que navegaron el océano Atlántico y llegaron a las costas de este continente hoy llamado América, hacia 1492. Por un lado, me precede una estirpe de gente intelectual y política que se pierde en una genealogía opaca, la cual se admite española pero no indígena. Por el otro está una ascendencia de comerciantes de pequeños pueblos colonos de las tierras del norte de mi país. En ambos casos hay trazos que conducen hasta la llegada de los primeros navíos europeos que atracaron en estos territorios.
Visualizo a los líderes de estas colosales expediciones reclutando tripulaciones de hombres incautos para emprender juntos un viaje largo, incierto, a través de un mar cuya línea de horizonte se perdía de vista y en el cual las mareas eran como mandíbulas abiertas devorándolo todo. Pienso además en su llegada a una tierra extraña, a un suelo, vegetación y habitantes nuevos, posiblemente amenazantes para sus frágiles cuerpos blancos. Me cuesta sin embargo imaginar cómo, luego de meses de mareas inestables, confusión, desorientación y cansancio, estos hombres atracaban en tierras extranjeras con la confianza de llamarlas suyas y la resolución inmediata de tomar posesión de ellas.
El capítulo II de este libro relata la llegada de las primeras naves portuguesas a las costas sudafricanas. Bartholomeu Dias, quien zarpó desde Portugal buscando una ruta oceánica hacia la India, rodeó la costa oeste del continente africano y atracó en la punta sur de esta masa de tierra, en una ensenada que desde entonces ha llevado el nombre de Angra Pequena, o “isla pequeña”. Al tocar tierra, el portugués clavó una cruz en la arena para tomar posesión del enorme “baldío” que se extendía desde el borde del océano hacia el interior del continente. Luego siguió navegando al norte por la costa este, hasta alcanzar un litoral donde desembarcó y estableció el primer contacto conocido en esta región, entre hombres blancos y los pueblos bantú y hotentote. Siguió navegando costa arriba hasta llegar a una isla, donde decidió clavar otra cruz para ir marcando el terreno a medida que se rodeaba la punta austral africana.
Después del retorno de Dias a Portugal siguieron otras expediciones portuguesas, holandesas, francesas e inglesas, que fueron progresivamente ocupando el territorio africano hasta instaurar en él en un conjunto arbitrario de naciones coloniales. Las cruces quedaron probablemente en la arena como marca esa toma de posesión primigenia.
Ese gesto sobre la arena se convirtió en una forma de habitar la tierra, de vivir y de entrar en relación con el mundo material, desde las cosas hasta los valles, en los campos y ciudades de África y América.

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No.
No. 019
Palabra clave
Mundo
Autor
Kaku, Michio
Título
Universos paralelos. Los universos alternativos de la ciencia y el futuro del cosmos
Editorial
Atalanta
Año
2005
Peso
Tres manzanas

Sobre un terreno del centro histórico de la Ciudad de México se construyó un edificio en 1959, en la intersección entre la calle Ignacio Allende y la calle República de Cuba. Se anclaron los cimientos en el suelo y, poco a poco, se fueron erigiendo las planchas que sostendrían a cada uno de los pisos, mientras se levantaban las columnas que marcarían la altura definitiva de cada espacio. Se levantaron los muros exteriores y luego los interiores, separando, primero, al edificio de su entorno, luego a un departamento del otro, y finalmente un espacio habitacional de otro al interior de cada departamento: se levantaron muros que crearon compartimentos separados para un baño, dos habitaciones y una cocina. Paralelamente, en medio de la construcción, como un intestino, se desenrollaba una escalera. Se remató la fachada con lozas de piedra y se forró el vestíbulo con planchas de granito rosa. Se enmarcaron las ventanas con molduras de metal y láminas de vidrio, y las puertas con tablones de madera. Finalmente, un pesado portón de hierro se instaló en la entrada, separando el adentro del afuera, y con ello, un mundo de otro.

En el curso de los años llegaron familias a habitar los diferentes espacios del edificio recientemente construido. Cada familia formó un mundo en el interior de su departamento, al llenarlo con las formas de sus muebles, el olor de sus cocinas y el movimiento de los cuerpos que día a día lo habitaban. El edificio, siendo ya un mundo en sí mismo, se convirtió en un contenedor de mundos más pequeños, dinámicos y cambiantes, que desaparecían y aparecían con la partida de una familia y la llegada de una nueva mudanza y nuevos inquilinos. Este ciclo ha continuado tanto en este como en otros millones de edificios a lo largo y ancho de esta ciudad —una de las ciudades más pobladas del planeta y con altísimos índices de tránsitos y migraciones—, acelerándose a medida que se erigen más construcciones y llegan más personas a habitar en ellas. Millones de mundos se forman, multiplican y transforman cada día en incontables espacios interiores.

Cada ciudad es entonces un universo, conteniendo galaxias, sistemas planetarios y mundos formándose en cada sistema.

En la introducción de Universos paralelos se menciona la teoría del multiverso, haciendo alusión a la posibilidad de que exista una multitud de universos paralelos a este que habitamos, los cuales nacen y mueren constantemente:

“Según esta teoría, un pequeño pedazo de universo puede inflarse súbitamente y «echar brotes», haciendo que surja un universo «hijo» o «bebé», que a su vez puede hacer que brote otro universo recién nacido, y así sucesivamente. Imaginemos que soplamos burbujas de jabón en el aire. Si soplamos con la fuerza suficiente, vemos que algunas de las burbujas se parten por la mitad y generan muchas burbujas. Del mismo modo, los universos pueden estar dando a luz continuamente nuevos universos. En este panorama, pueden estar ocurriendo big bangs continuamente. Si es así, puede ser que vivamos en un mar de universos, en una especie de burbuja flotando en un océano de otras burbujas. En realidad, una palabra mejor que «universo» sería «multiverso» o «megaverso»” (Págs. 35-36).

Los mundos que contienen estos universos burbujean a escalas minúsculas y colosales; como espuma que se sopla en el aire, estos mundos crecen, se multiplican y se desvanecen.

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No.
No. 012
Palabra clave
Pertenencia
Autor
Theal, George M'Call
Título
The Story of Nations. South Africa
Editorial
T. Fisher Unwin
Año
1894
Peso
Una lata de fríjoles

La línea de mis ancestros se puede rastrear por un camino lleno de curvas, líneas quebradizas y entrecruces con otros linajes, hasta alcanzar aquellos grupos de hombres que navegaron el océano Atlántico y llegaron a las costas de este continente hoy llamado América, hacia 1492. Por un lado, me precede una estirpe de gente intelectual y política que se pierde en una genealogía opaca, la cual se admite española pero no indígena. Por el otro está una ascendencia de comerciantes de pequeños pueblos colonos de las tierras del norte de mi país. En ambos casos hay trazos que conducen hasta la llegada de los primeros navíos europeos que atracaron en estos territorios.
Visualizo a los líderes de estas colosales expediciones reclutando tripulaciones de hombres incautos para emprender juntos un viaje largo, incierto, a través de un mar cuya línea de horizonte se perdía de vista y en el cual las mareas eran como mandíbulas abiertas devorándolo todo. Pienso además en su llegada a una tierra extraña, a un suelo, vegetación y habitantes nuevos, posiblemente amenazantes para sus frágiles cuerpos blancos. Me cuesta sin embargo imaginar cómo, luego de meses de mareas inestables, confusión, desorientación y cansancio, estos hombres atracaban en tierras extranjeras con la confianza de llamarlas suyas y la resolución inmediata de tomar posesión de ellas.
El capítulo II de este libro relata la llegada de las primeras naves portuguesas a las costas sudafricanas. Bartholomeu Dias, quien zarpó desde Portugal buscando una ruta oceánica hacia la India, rodeó la costa oeste del continente africano y atracó en la punta sur de esta masa de tierra, en una ensenada que desde entonces ha llevado el nombre de Angra Pequena, o “isla pequeña”. Al tocar tierra, el portugués clavó una cruz en la arena para tomar posesión del enorme “baldío” que se extendía desde el borde del océano hacia el interior del continente. Luego siguió navegando al norte por la costa este, hasta alcanzar un litoral donde desembarcó y estableció el primer contacto conocido en esta región, entre hombres blancos y los pueblos bantú y hotentote. Siguió navegando costa arriba hasta llegar a una isla, donde decidió clavar otra cruz para ir marcando el terreno a medida que se rodeaba la punta austral africana.
Después del retorno de Dias a Portugal siguieron otras expediciones portuguesas, holandesas, francesas e inglesas, que fueron progresivamente ocupando el territorio africano hasta instaurar en él en un conjunto arbitrario de naciones coloniales. Las cruces quedaron probablemente en la arena como marca esa toma de posesión primigenia.
Ese gesto sobre la arena se convirtió en una forma de habitar la tierra, de vivir y de entrar en relación con el mundo material, desde las cosas hasta los valles, en los campos y ciudades de África y América.

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No. 020
Palabra clave
Lectura
Autor
Proust, Marcel
Título
En busca del tiempo perdido. Por el camino de Swann
Editorial
Origen
Año
1983
Peso
Una papa

Esta edición es idéntica a aquella que leí hacia 1997, cuando vivía con mi mamá y papá en el octavo piso de un enmarañado edificio de ladrillo rojo y amplios ventanales, escondido en los cerros noroccidentales de Bogotá. Con esto en mente revisito mi propia lectura de este libro. Me detengo en ese pasaje en el cual Proust nos invita a deshacer la estabilidad de nuestra vida material desde el estado intermedio entre sueño y vigilia que experimentamos cuando estamos despertando, para desde esta borradura visitar otros mundos: recuerdo con emoción el descubrimiento de la escritura como un “portal” que conecta el espacio que se sueña con el lugar que se habita, posibilitando la recomposición del tiempo y la materia.

Este ejemplar pertenece a Idalia desde 2004. Veo que ella subrayó varios párrafos con viñetas y líneas a lápiz, haciendo énfasis en ese mismo pasaje que intensificó mi lectura de Proust en su momento. Dos lecturas en tiempos distintos, desde dos habitaciones distintas, la suya y la mía, se detienen momentáneamente en el mismo punto:

“Esa inmovilidad de las cosas que nos rodean acaso es una cualidad que nosotros les imponemos, con nuestra certidumbre de que ellas son esas cosas, y nada más que esas cosas, con la inmovilidad que toma nuestro pensamiento frente a ellas. El caso es que cuando yo me despertaba así, con el espíritu en conmoción, para averiguar, sin llegar a lograrlo, en dónde estaba, todo giraba en torno mío, en la oscuridad: las cosas, los países, los años. Mi cuerpo, demasiado torpe para moverse, intentaba, según fuera la forma de su cansancio, determinar la posición de sus miembros para ahí inducir la dirección de la pared y el sitio de cada mueble, para reconstruir y dar nombre a la morada que le abrigaba. Su memoria, memoria de los costados, de las rodillas, de los hombros, le ofrecía sucesivamente las imágenes de las varias alcobas en que durmiera, mientras que, alrededor suyo, las paredes invisibles, cambiando de sitio según la forma de la habitación imaginada, giraban en las tinieblas” (Págs. 10-11).

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Noreste
No.
No. 012
Palabra clave
Pertenencia
Autor
Theal, George M'Call
Título
The Story of Nations. South Africa
Editorial
T. Fisher Unwin
Año
1894
Peso
Una lata de fríjoles

La línea de mis ancestros se puede rastrear por un camino lleno de curvas, líneas quebradizas y entrecruces con otros linajes, hasta alcanzar aquellos grupos de hombres que navegaron el océano Atlántico y llegaron a las costas de este continente hoy llamado América, hacia 1492. Por un lado, me precede una estirpe de gente intelectual y política que se pierde en una genealogía opaca, la cual se admite española pero no indígena. Por el otro está una ascendencia de comerciantes de pequeños pueblos colonos de las tierras del norte de mi país. En ambos casos hay trazos que conducen hasta la llegada de los primeros navíos europeos que atracaron en estos territorios.
Visualizo a los líderes de estas colosales expediciones reclutando tripulaciones de hombres incautos para emprender juntos un viaje largo, incierto, a través de un mar cuya línea de horizonte se perdía de vista y en el cual las mareas eran como mandíbulas abiertas devorándolo todo. Pienso además en su llegada a una tierra extraña, a un suelo, vegetación y habitantes nuevos, posiblemente amenazantes para sus frágiles cuerpos blancos. Me cuesta sin embargo imaginar cómo, luego de meses de mareas inestables, confusión, desorientación y cansancio, estos hombres atracaban en tierras extranjeras con la confianza de llamarlas suyas y la resolución inmediata de tomar posesión de ellas.
El capítulo II de este libro relata la llegada de las primeras naves portuguesas a las costas sudafricanas. Bartholomeu Dias, quien zarpó desde Portugal buscando una ruta oceánica hacia la India, rodeó la costa oeste del continente africano y atracó en la punta sur de esta masa de tierra, en una ensenada que desde entonces ha llevado el nombre de Angra Pequena, o “isla pequeña”. Al tocar tierra, el portugués clavó una cruz en la arena para tomar posesión del enorme “baldío” que se extendía desde el borde del océano hacia el interior del continente. Luego siguió navegando al norte por la costa este, hasta alcanzar un litoral donde desembarcó y estableció el primer contacto conocido en esta región, entre hombres blancos y los pueblos bantú y hotentote. Siguió navegando costa arriba hasta llegar a una isla, donde decidió clavar otra cruz para ir marcando el terreno a medida que se rodeaba la punta austral africana.
Después del retorno de Dias a Portugal siguieron otras expediciones portuguesas, holandesas, francesas e inglesas, que fueron progresivamente ocupando el territorio africano hasta instaurar en él en un conjunto arbitrario de naciones coloniales. Las cruces quedaron probablemente en la arena como marca esa toma de posesión primigenia.
Ese gesto sobre la arena se convirtió en una forma de habitar la tierra, de vivir y de entrar en relación con el mundo material, desde las cosas hasta los valles, en los campos y ciudades de África y América.

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Estante
Noreste
No.
No. 021
Palabra clave
Pertenencia
Autor
Chesterton, G.K.
Título
St. Francis of Assisi
Editorial
Hodder and Sloughton
Año
1954
Peso
Un vaso

La lavadora termina el ciclo de exprimido. Abro la tapa y descubro una maraña de textiles húmedos que se anudan unos con otros, volviendo las prendas indistinguibles entre sí. Desenredo la maraña y empiezo a sacar una camisa, una sábana, una toalla, un par de medias que se pierden en los pliegues de una camiseta. Poco a poco el torbellino textil va organizándose en una montaña de prendas: pantalones, camisas, camisetas, medias, ropa de cama. Extiendo el tendedero: una estructura metálica que se sostiene en equilibrio frágil, hecha de varillas entrecruzadas doblándose ligeramente con el peso de la ropa húmeda. Lo instalo cerca de la ventana sur del departamento, junto a un estante de la biblioteca de Idalia. Abro las ventanas para que entre aire a la habitación. Cuelgo las prendas sobre las varillas mientras observo cómo estas se mecen con el viento.  

Al terminar, voy al estante nororiental y tomo un libro sobre la vida de San Francisco de Asís. Lo abro en el capítulo “Francisco el constructor” y leo un pasaje. Ahí, Chesterton relata un episodio importante en la vida del asceta que me hace volver la mirada sobre las prendas mojadas: algunas camisetas, por ejemplo, se han raído con los usos y lavadas sucesivas, anunciando que, dentro de poco tiempo, van a desaparecer.

Luego de haber abandonado sus ambiciones militares, Francisco entró a la iglesia de San Damián para buscar consuelo. Ahí, escuchó una voz  —¿la voz de un dios? ¿un fantasma? ¿su propia voz?— que le pedía reconstruir ese templo que, para entonces, se encontraba en ruinas. Francisco tomó su caballo y robó unos metros de tela que le pertenecían a su padre, para recaudar algo de dinero que le permitiera comenzar la obra. El padre, al darse cuenta del robo, decidió reprender al hijo llevándolo a juicio ante la corte del obispo, para así obligarlo a pagar la deuda: en ese entonces la iglesia católica operaba como un tribunal general en el cual se resolvían asuntos penales y civiles, además de religiosos, y en este sentido el gesto del padre aparecía impersonal y severo. Francisco acudió a la corte. Al escuchar las demandas del tribunal decidió repagar la deuda y entregar todas las posesiones que en ese momento lo acompañaban.

Fue quitándose una a una las prendas de vestir hasta quedar solamente con una camisa puesta. Dobló las prendas sobre una mesa y las fue apilando unas sobre otras. Se quitó las botas y las colocó junto a la ropa doblada. Puso el dinero que llevaba sobre el montón de ropa. Afuera, soplaban los vientos de las primeras nevadas y el frío se sentía incluso en el interior del edificio. Francisco, descalzo y vestido con una delgada camisa, salió de la corte y comenzó a caminar sobre la nieve.

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Estante
Noreste
No.
No. 012
Palabra clave
Pertenencia
Autor
Theal, George M'Call
Título
The Story of Nations. South Africa
Editorial
T. Fisher Unwin
Año
1894
Peso
Una lata de fríjoles

La línea de mis ancestros se puede rastrear por un camino lleno de curvas, líneas quebradizas y entrecruces con otros linajes, hasta alcanzar aquellos grupos de hombres que navegaron el océano Atlántico y llegaron a las costas de este continente hoy llamado América, hacia 1492. Por un lado, me precede una estirpe de gente intelectual y política que se pierde en una genealogía opaca, la cual se admite española pero no indígena. Por el otro está una ascendencia de comerciantes de pequeños pueblos colonos de las tierras del norte de mi país. En ambos casos hay trazos que conducen hasta la llegada de los primeros navíos europeos que atracaron en estos territorios.
Visualizo a los líderes de estas colosales expediciones reclutando tripulaciones de hombres incautos para emprender juntos un viaje largo, incierto, a través de un mar cuya línea de horizonte se perdía de vista y en el cual las mareas eran como mandíbulas abiertas devorándolo todo. Pienso además en su llegada a una tierra extraña, a un suelo, vegetación y habitantes nuevos, posiblemente amenazantes para sus frágiles cuerpos blancos. Me cuesta sin embargo imaginar cómo, luego de meses de mareas inestables, confusión, desorientación y cansancio, estos hombres atracaban en tierras extranjeras con la confianza de llamarlas suyas y la resolución inmediata de tomar posesión de ellas.
El capítulo II de este libro relata la llegada de las primeras naves portuguesas a las costas sudafricanas. Bartholomeu Dias, quien zarpó desde Portugal buscando una ruta oceánica hacia la India, rodeó la costa oeste del continente africano y atracó en la punta sur de esta masa de tierra, en una ensenada que desde entonces ha llevado el nombre de Angra Pequena, o “isla pequeña”. Al tocar tierra, el portugués clavó una cruz en la arena para tomar posesión del enorme “baldío” que se extendía desde el borde del océano hacia el interior del continente. Luego siguió navegando al norte por la costa este, hasta alcanzar un litoral donde desembarcó y estableció el primer contacto conocido en esta región, entre hombres blancos y los pueblos bantú y hotentote. Siguió navegando costa arriba hasta llegar a una isla, donde decidió clavar otra cruz para ir marcando el terreno a medida que se rodeaba la punta austral africana.
Después del retorno de Dias a Portugal siguieron otras expediciones portuguesas, holandesas, francesas e inglesas, que fueron progresivamente ocupando el territorio africano hasta instaurar en él en un conjunto arbitrario de naciones coloniales. Las cruces quedaron probablemente en la arena como marca esa toma de posesión primigenia.
Ese gesto sobre la arena se convirtió en una forma de habitar la tierra, de vivir y de entrar en relación con el mundo material, desde las cosas hasta los valles, en los campos y ciudades de África y América.

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Estante
Noreste
No.
No. 022
Palabra clave
Cuidado
Autor
De Balzac, Honorato
Título
La comedia humana
Editorial
Colección Málaga
Año
1963
Peso
Una lámpara de mesa

Idalia dejó sus libros en este departamento y con estos dejó otros muebles y objetos, entre los cuales se encuentran: un piano que ocupa el espacio con el sonido y calor de la madera; un juego de tres mesas antiguas; varias sillas de madera que a veces se doblan con el peso de los cuerpos; dos espejos; algunos dibujos, grabados, fotos y pinturas colgados en los muros del estudio, el baño, la sala y la cocina; algunos lápices y libretas camuflándose entre los libros de la biblioteca; pequeños objetos dispuestos sobre las mesas, repisas y estantes de la cocina; una colección de tazas con inscripciones de eventos y lugares. Cada semana lo repaso todo con un trapo que atrapa el polvo acumulado. En ocasiones, acomodo objetos que se caen o los cambio de lugar para mover, a través de ellos, el espacio que los contiene. A veces toco alguna tecla del piano y dejo que el sonido vibre y se expanda. A veces redistribuyo los cuadros que cuelgan de los muros para verlos de otro modo. Después de algunos meses de tenerlos en un sitio fijo, muevo también los muebles de un espacio a otro, de la sala a la habitación, o de la habitación a la sala. Con estas acciones cuido el espacio que habito pero también cuido la memoria del espacio precedente. Así, las cosas que no son mías pero pueblan mi actual modo de existencia, se mantienen vivas. Esto me recuerda la historia de la señora Bridau:

“Aquella habitación recordaba la provincia y la fidelidad. Todo lo que había pertenecido al difunto Brideau se conservaba allí cuidadosamente. Sus objetos de escritorio merecieron los cuidados que la viuda de un paladín hubiese prestado en otro tiempo a sus armas. Todos comprenderán el culto conmovedor de aquella mujer por un solo detalle. Había envuelto y lacrado una pluma, poniendo esta inscripción sobre el papel: “Última pluma de que se sirvió mi querido marido.” Bajo un fanal y sobre la chimenea se encontraba la taza en la que había bebido su último sorbo. Los sombreros y los cabellos postizos cubrieron más tarde los globos de vidrio que encerraban tan preciosas reliquias” (Pág. 209).

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Estante
Noreste
No.
No. 012
Palabra clave
Pertenencia
Autor
Theal, George M'Call
Título
The Story of Nations. South Africa
Editorial
T. Fisher Unwin
Año
1894
Peso
Una lata de fríjoles

La línea de mis ancestros se puede rastrear por un camino lleno de curvas, líneas quebradizas y entrecruces con otros linajes, hasta alcanzar aquellos grupos de hombres que navegaron el océano Atlántico y llegaron a las costas de este continente hoy llamado América, hacia 1492. Por un lado, me precede una estirpe de gente intelectual y política que se pierde en una genealogía opaca, la cual se admite española pero no indígena. Por el otro está una ascendencia de comerciantes de pequeños pueblos colonos de las tierras del norte de mi país. En ambos casos hay trazos que conducen hasta la llegada de los primeros navíos europeos que atracaron en estos territorios.
Visualizo a los líderes de estas colosales expediciones reclutando tripulaciones de hombres incautos para emprender juntos un viaje largo, incierto, a través de un mar cuya línea de horizonte se perdía de vista y en el cual las mareas eran como mandíbulas abiertas devorándolo todo. Pienso además en su llegada a una tierra extraña, a un suelo, vegetación y habitantes nuevos, posiblemente amenazantes para sus frágiles cuerpos blancos. Me cuesta sin embargo imaginar cómo, luego de meses de mareas inestables, confusión, desorientación y cansancio, estos hombres atracaban en tierras extranjeras con la confianza de llamarlas suyas y la resolución inmediata de tomar posesión de ellas.
El capítulo II de este libro relata la llegada de las primeras naves portuguesas a las costas sudafricanas. Bartholomeu Dias, quien zarpó desde Portugal buscando una ruta oceánica hacia la India, rodeó la costa oeste del continente africano y atracó en la punta sur de esta masa de tierra, en una ensenada que desde entonces ha llevado el nombre de Angra Pequena, o “isla pequeña”. Al tocar tierra, el portugués clavó una cruz en la arena para tomar posesión del enorme “baldío” que se extendía desde el borde del océano hacia el interior del continente. Luego siguió navegando al norte por la costa este, hasta alcanzar un litoral donde desembarcó y estableció el primer contacto conocido en esta región, entre hombres blancos y los pueblos bantú y hotentote. Siguió navegando costa arriba hasta llegar a una isla, donde decidió clavar otra cruz para ir marcando el terreno a medida que se rodeaba la punta austral africana.
Después del retorno de Dias a Portugal siguieron otras expediciones portuguesas, holandesas, francesas e inglesas, que fueron progresivamente ocupando el territorio africano hasta instaurar en él en un conjunto arbitrario de naciones coloniales. Las cruces quedaron probablemente en la arena como marca esa toma de posesión primigenia.
Ese gesto sobre la arena se convirtió en una forma de habitar la tierra, de vivir y de entrar en relación con el mundo material, desde las cosas hasta los valles, en los campos y ciudades de África y América.

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Estante
Norte
No.
No. 023
Palabra clave
Mundo
Autor
Rodríguez de la Fuente, Félix
Título
Enciclopedia Salvat de la fauna 12: mares y océanos
Editorial
Salvat
Año
1979
Peso
Un sartén

En invierno, el sol entra al departamento desde temprano por las dos ventanas orientadas al sur. La luz ilumina el interior, llenándolo de reflejos amarillos y calentando el aire poco a poco. En el curso del día la luz se mueve de oriente a occidente, alterando los colores y las sombras de las cosas. Las plantas que crecen junto a los ventanales inclinan sus tallos y abren sus hojas para recibir una luz que será transformada en alimento. Las aves se posan sobre los marcos y las azoteas vecinas para cantar ante la llegada del día que se anuncia con los primeros rayos. Cuando el sol golpea las baldosas del medio de la habitación, expongo mis manos y pies al calor solar por unos minutos, para recargar mi energía y seguir activa el resto del día. En las ventanas de departamentos vecinos, junto a las plantas, se asoman también algunos gatos que estiran sus cuerpos para exponerlos a la luz. Algunos perros ladran cuando el sol se esconde y la luna se asoma. Ciertos insectos revolotean o se arrastran al caer la noche.

Más allá de los animales y plantas que habitamos este barrio, hay muchos otros seres en otros territorios que parecen acompañarnos en una gran coreografía planetaria, dentro de la cual todos vivimos la vida al ritmo del sol: nuestro descanso y actividad se regulan, en todos los casos, de acuerdo con los tiempos que transcurren entre el alba y el atardecer.

En este tomo de la enciclopedia de la fauna hay una sección dedicada a las profundidades del océano. El autor describe la topología del océano como una continuación de la topología terrestre, en la cual las pendientes de las montañas y “acantilados marinos” suelen descender entre 1.000 y 1.500 metros bajo la superficie, hasta perderse en los valles infraoceánicos. Para las criaturas que habitan las proximidades de las costas, como los corales o anémonas, los rayos del sol son fundamentales. Al sumergirse, los rayos solares se van filtrando y la vida se va adaptando a la carencia de luz. A los 400 metros, la oscuridad se instala mientras la presión y el frío se asemejan a aquellos de las altas montañas: el autor de hecho emplea la analogía de la “montaña invertida” para referirse al gradiente de la vida en el descenso oceánico, considerando cómo los seres vivientes en las altas montañas son más escasos que en las planicies, aunque más resistentes y adaptativos. El fondo del mar es entonces un mundo similar a aquel de los picos nevados, solo que ahí la vida ocurre a oscuras, en una especie de “noche perpetua” donde los seres andan a tientas y se alimentan de la vida mineral que prospera en los sedimentos abisales.

Hay seres como el Chiasmodon niger que parece un pez con una ancha barriga que alumbra el resto de su cuerpo. El Lamprotoxus flagelibarba es una criatura púrpura de la cual cuelga una barba que fosforece. El Argyropelecus affinis es un gran pez plateado de brillantes escamas. El Photostomias guernei parece un híbrido entre pez y anguila. El Chauliodus sloanei tiene un cuerpo largo y cubierto de una piel luminosa. El Melanocetus johnsoni tiene una especie de antena que se levanta sobre su cabeza, de la cual cuelga una suerte de bombilla. Todas estas criaturas abisales desarrollan diferentes mecanismos, prolongaciones o recubrimientos que les permiten producir, desde sus propios cuerpos, esa luz que en la superficie recibimos cada día desde un astro lejano.

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Estante
Noreste
No.
No. 012
Palabra clave
Pertenencia
Autor
Theal, George M'Call
Título
The Story of Nations. South Africa
Editorial
T. Fisher Unwin
Año
1894
Peso
Una lata de fríjoles

La línea de mis ancestros se puede rastrear por un camino lleno de curvas, líneas quebradizas y entrecruces con otros linajes, hasta alcanzar aquellos grupos de hombres que navegaron el océano Atlántico y llegaron a las costas de este continente hoy llamado América, hacia 1492. Por un lado, me precede una estirpe de gente intelectual y política que se pierde en una genealogía opaca, la cual se admite española pero no indígena. Por el otro está una ascendencia de comerciantes de pequeños pueblos colonos de las tierras del norte de mi país. En ambos casos hay trazos que conducen hasta la llegada de los primeros navíos europeos que atracaron en estos territorios.
Visualizo a los líderes de estas colosales expediciones reclutando tripulaciones de hombres incautos para emprender juntos un viaje largo, incierto, a través de un mar cuya línea de horizonte se perdía de vista y en el cual las mareas eran como mandíbulas abiertas devorándolo todo. Pienso además en su llegada a una tierra extraña, a un suelo, vegetación y habitantes nuevos, posiblemente amenazantes para sus frágiles cuerpos blancos. Me cuesta sin embargo imaginar cómo, luego de meses de mareas inestables, confusión, desorientación y cansancio, estos hombres atracaban en tierras extranjeras con la confianza de llamarlas suyas y la resolución inmediata de tomar posesión de ellas.
El capítulo II de este libro relata la llegada de las primeras naves portuguesas a las costas sudafricanas. Bartholomeu Dias, quien zarpó desde Portugal buscando una ruta oceánica hacia la India, rodeó la costa oeste del continente africano y atracó en la punta sur de esta masa de tierra, en una ensenada que desde entonces ha llevado el nombre de Angra Pequena, o “isla pequeña”. Al tocar tierra, el portugués clavó una cruz en la arena para tomar posesión del enorme “baldío” que se extendía desde el borde del océano hacia el interior del continente. Luego siguió navegando al norte por la costa este, hasta alcanzar un litoral donde desembarcó y estableció el primer contacto conocido en esta región, entre hombres blancos y los pueblos bantú y hotentote. Siguió navegando costa arriba hasta llegar a una isla, donde decidió clavar otra cruz para ir marcando el terreno a medida que se rodeaba la punta austral africana.
Después del retorno de Dias a Portugal siguieron otras expediciones portuguesas, holandesas, francesas e inglesas, que fueron progresivamente ocupando el territorio africano hasta instaurar en él en un conjunto arbitrario de naciones coloniales. Las cruces quedaron probablemente en la arena como marca esa toma de posesión primigenia.
Ese gesto sobre la arena se convirtió en una forma de habitar la tierra, de vivir y de entrar en relación con el mundo material, desde las cosas hasta los valles, en los campos y ciudades de África y América.

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Estante
Norte
No.
No. 024
Palabra clave
Territorio
Autor
De Humboldt, Alejandro
Título
Ensayo político sobre el reino de la Nueva España. Tomo I
Editorial
Pedro Robredo
Año
1941
Peso
Una tabla

Al llegar al centro de México, Humboldt se maravilló ante la escala de este valle, intentando imaginar la magnitud de sus cuerpos de agua antes de la llegada de Cortés y sus bergantines. Decidió recorrer minuciosamente la superficie de este territorio para determinar la altura de las elevaciones que lo rodeaban y la profundidad del valle que hasta hace poco contenía toda el agua que escurría por las faldas, como un inmenso cuenco. Desde aquí, desde el centro de la Ciudad de México, empezó a andar con sus equipos de medición hasta alcanzar las cumbres de las diferentes elevaciones que la circundan. Estas montañas aún forman una “muralla geológica” que propicia la convergencia de todas las aguas de los ríos y arroyos hacia las partes bajas de la ciudad, inundándolas a pesar de los complicados desagües que se han tendido bajo tierra. Escaló las colinas de Chapultepec y del Peñón de los Baños. Subió hasta la cumbre de los cerros de Guadalupe y Chiconautla. Caminó hasta la parte alta del Xitle. Ascendió hasta el cráter de la Sierra Nevada y al pico del Ajusco. Con la información recogida a lo largo de sus andares trazó un mapa en el cual se imaginan las orillas perdidas de los lagos, moldeadas por las masas negras de los cerros y otras formaciones rocosas. El mapa está plegado en el medio del libro, como una servilleta. Está impreso en tinta negra y rotulado con una caligrafía delicada y firme que mis manos no podrían imitar.

Es difícil conciliar este territorio dibujado con aquel que habito hoy y he recorrido en transporte público de norte a sur tantas veces. Este territorio vivido se percibe accidentado y deformado por el trayecto de los vagones. Su relieve está alterado por las capas de asfalto que lo han recubierto, así como por el hundimiento de su suelo por el peso de la ciudad. Su topología es ahora un intrincado conjunto de elevaciones y depresiones de cemento, formado por edificios y avenidas: estas, además, se extienden hasta las cumbres de algunos de los cerros hasta empañarlos de manchas grises. Estos cerros ya no parecen ser los mismos que, siglos antes, escaló Humboldt para contemplar un paisaje translúcido.

El Valle de México de hoy parece demandar un mapa diferente que registre no sólo las distancias y alturas de sus diferentes puntos, sino las densidades de los mismos: un cúmulo de masas grises y negras entremezcladas, así como una serie de líneas que hagan visible el agitado movimiento metropolitano, como rayones caóticos sobre el papel. Si lo insertáramos en el medio de un nuevo libro sobre la historia política actual de este territorio, tendríamos además que dibujar este nuevo mapa en el anverso del mapa antiguo, y levantar la hoja hacia una fuente de luz. Veríamos los trazados superpuestos de dos territorios que coexisten, uno debajo del otro.

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Noreste
No.
No. 012
Palabra clave
Pertenencia
Autor
Theal, George M'Call
Título
The Story of Nations. South Africa
Editorial
T. Fisher Unwin
Año
1894
Peso
Una lata de fríjoles

La línea de mis ancestros se puede rastrear por un camino lleno de curvas, líneas quebradizas y entrecruces con otros linajes, hasta alcanzar aquellos grupos de hombres que navegaron el océano Atlántico y llegaron a las costas de este continente hoy llamado América, hacia 1492. Por un lado, me precede una estirpe de gente intelectual y política que se pierde en una genealogía opaca, la cual se admite española pero no indígena. Por el otro está una ascendencia de comerciantes de pequeños pueblos colonos de las tierras del norte de mi país. En ambos casos hay trazos que conducen hasta la llegada de los primeros navíos europeos que atracaron en estos territorios.
Visualizo a los líderes de estas colosales expediciones reclutando tripulaciones de hombres incautos para emprender juntos un viaje largo, incierto, a través de un mar cuya línea de horizonte se perdía de vista y en el cual las mareas eran como mandíbulas abiertas devorándolo todo. Pienso además en su llegada a una tierra extraña, a un suelo, vegetación y habitantes nuevos, posiblemente amenazantes para sus frágiles cuerpos blancos. Me cuesta sin embargo imaginar cómo, luego de meses de mareas inestables, confusión, desorientación y cansancio, estos hombres atracaban en tierras extranjeras con la confianza de llamarlas suyas y la resolución inmediata de tomar posesión de ellas.
El capítulo II de este libro relata la llegada de las primeras naves portuguesas a las costas sudafricanas. Bartholomeu Dias, quien zarpó desde Portugal buscando una ruta oceánica hacia la India, rodeó la costa oeste del continente africano y atracó en la punta sur de esta masa de tierra, en una ensenada que desde entonces ha llevado el nombre de Angra Pequena, o “isla pequeña”. Al tocar tierra, el portugués clavó una cruz en la arena para tomar posesión del enorme “baldío” que se extendía desde el borde del océano hacia el interior del continente. Luego siguió navegando al norte por la costa este, hasta alcanzar un litoral donde desembarcó y estableció el primer contacto conocido en esta región, entre hombres blancos y los pueblos bantú y hotentote. Siguió navegando costa arriba hasta llegar a una isla, donde decidió clavar otra cruz para ir marcando el terreno a medida que se rodeaba la punta austral africana.
Después del retorno de Dias a Portugal siguieron otras expediciones portuguesas, holandesas, francesas e inglesas, que fueron progresivamente ocupando el territorio africano hasta instaurar en él en un conjunto arbitrario de naciones coloniales. Las cruces quedaron probablemente en la arena como marca esa toma de posesión primigenia.
Ese gesto sobre la arena se convirtió en una forma de habitar la tierra, de vivir y de entrar en relación con el mundo material, desde las cosas hasta los valles, en los campos y ciudades de África y América.

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Estante
Norte
No.
No. 025
Palabra clave
Vida
Autor
Woltereck, Heinz
Título
Breviarios 69: La vida inverosímil. Introducción a la biología actual
Editorial
Fondo de Cultura Económica
Año
1952
Peso
Un manojo de cilantro

Este breviario fue regalado a Guadalupe Flores de la Mota, abuela de Idalia, en 1966, de acuerdo con la dedicatoria que se encuentra en la portada. El texto de esta dedicatoria, escrito en pluma azul a lo largo y ancho de la página, menciona cómo el asunto del libro produjo un tipo especial de fascinación en su primer encuentro con la persona que hizo este regalo: la improbabilidad de la vida, su simplicidad, y cómo estas dos particularidades nos confrontan con nuestra propia existencia. Esta inscripción es una introducción afectiva que se le añade a un libro, dotándolo de un tipo particular de vida: el texto que recibió Guadalupe ya había atravesado un cuerpo, llegando a ella como un conjunto de palabras movidas, transformadas y cargadas de sentido.

El libro que sostiene estos afectos es también un conjunto de hojas de papel salpicadas con tinta y cobijadas por una cubierta de cartón. Está hecho primordialmente de fibras vegetales recogidas de ciertas plantas como el algodón, el lino, el arroz, la cebada, el pino, el abeto, el abedul, la haya, el eucalipto y otras especies de árboles maderables. De las fibras obtenidas de estas plantas se extrae la celulosa, que es el elemento estructural del papel y el cartón. Esta se combina con una carga de calcio y aditivos que ayudan a aglutinar las fibras y darles densidad. Las fibras molidas, humedecidas y combinadas con los demás elementos se extienden en delgadas láminas que se exponen a flujos de aire hasta secarse y tomar una nueva forma.

La celulosa está presente en casi toda la biomasa que recubre la tierra: es una biomolécula orgánica que está presente, de un modo u otro, en todos los seres vivientes. En particular, es aquel elemento que permite que las plantas se sostengan por sí mismas: los árboles, aquellas plantas con mayor contenido de este elemento, son capaces de sostenerse en pie gracias a él, para elevarse sobre el suelo incluso decenas de metros. En algunos animales como los humanos y otros mamíferos, la celulosa es aquello que facilita la digestión de los alimentos y fortalece las paredes de los tractos digestivos. Algunos rumiantes, además, son capaces de procesar estas moléculas hasta romper sus enlaces y disponer de la glucosa que está a la base, para obtener energía.

El calcio, como ya lo había notado Patricio Guzmán en una de sus películas más célebres, es un elemento que está presente en los astros, en la tierra misma y en nuestros huesos. El calcio es también un nutriente esencial para el crecimiento de las plantas, ya que fortalece sus tejidos. De celulosa y calcio está hecho el libro así como nuestros cuerpos y las fibras de todo lo viviente. Unas páginas después de la dedicatoria, este libro de celulosa y calcio nos dice:

“En la formación y en las funciones de los organismos entran las mismas sustancias fundamentales que hallamos en el mundo inorgánico; hasta ahora no se ha descubierto en la sustancia viva un solo elemento químico nuevo. Hay quien se ha preguntado si la vida dispone acaso de fuerzas especiales, las llamadas fuerzas vitales, que le permiten rebasar los límites de ciertas leyes físicas. Pero jamás se han comprobado en ninguna parte tales formas especiales de energía: la vida se sirve únicamente de fuerzas generalmente válidas. No hay, al parecer, ninguna sustancia viva de composición especial, sino, solamente, un estado vivo de la materia” (Pág. 10).

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No.
No. 012
Palabra clave
Pertenencia
Autor
Theal, George M'Call
Título
The Story of Nations. South Africa
Editorial
T. Fisher Unwin
Año
1894
Peso
Una lata de fríjoles

La línea de mis ancestros se puede rastrear por un camino lleno de curvas, líneas quebradizas y entrecruces con otros linajes, hasta alcanzar aquellos grupos de hombres que navegaron el océano Atlántico y llegaron a las costas de este continente hoy llamado América, hacia 1492. Por un lado, me precede una estirpe de gente intelectual y política que se pierde en una genealogía opaca, la cual se admite española pero no indígena. Por el otro está una ascendencia de comerciantes de pequeños pueblos colonos de las tierras del norte de mi país. En ambos casos hay trazos que conducen hasta la llegada de los primeros navíos europeos que atracaron en estos territorios.
Visualizo a los líderes de estas colosales expediciones reclutando tripulaciones de hombres incautos para emprender juntos un viaje largo, incierto, a través de un mar cuya línea de horizonte se perdía de vista y en el cual las mareas eran como mandíbulas abiertas devorándolo todo. Pienso además en su llegada a una tierra extraña, a un suelo, vegetación y habitantes nuevos, posiblemente amenazantes para sus frágiles cuerpos blancos. Me cuesta sin embargo imaginar cómo, luego de meses de mareas inestables, confusión, desorientación y cansancio, estos hombres atracaban en tierras extranjeras con la confianza de llamarlas suyas y la resolución inmediata de tomar posesión de ellas.
El capítulo II de este libro relata la llegada de las primeras naves portuguesas a las costas sudafricanas. Bartholomeu Dias, quien zarpó desde Portugal buscando una ruta oceánica hacia la India, rodeó la costa oeste del continente africano y atracó en la punta sur de esta masa de tierra, en una ensenada que desde entonces ha llevado el nombre de Angra Pequena, o “isla pequeña”. Al tocar tierra, el portugués clavó una cruz en la arena para tomar posesión del enorme “baldío” que se extendía desde el borde del océano hacia el interior del continente. Luego siguió navegando al norte por la costa este, hasta alcanzar un litoral donde desembarcó y estableció el primer contacto conocido en esta región, entre hombres blancos y los pueblos bantú y hotentote. Siguió navegando costa arriba hasta llegar a una isla, donde decidió clavar otra cruz para ir marcando el terreno a medida que se rodeaba la punta austral africana.
Después del retorno de Dias a Portugal siguieron otras expediciones portuguesas, holandesas, francesas e inglesas, que fueron progresivamente ocupando el territorio africano hasta instaurar en él en un conjunto arbitrario de naciones coloniales. Las cruces quedaron probablemente en la arena como marca esa toma de posesión primigenia.
Ese gesto sobre la arena se convirtió en una forma de habitar la tierra, de vivir y de entrar en relación con el mundo material, desde las cosas hasta los valles, en los campos y ciudades de África y América.

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Estante
Norte
No.
No. 026
Palabra clave
Hogar
Autor
Rodríguez de la Fuente, Félix
Título
Enciclopedia Salvat de la fauna 4: África (región etiópica)
Editorial
Salvat
Año
1979
Peso
Un plato de cerámica

Las casas de los chimpancés etíopes están ubicadas en las partes altas de las copas de los árboles. En el cruce de un par de ramas robustas tienden una “cama” de ramas más pequeñas y las forran con un colchón de hojas cuidadosamente construido. En algunas ocasiones, al tenderse sobre estos nidos, los chimpancés cubren sus cuerpos con hojas más grandes a manera de mantas que los protegen del frío o la humedad. A diferencia de los gorilas y otros homínidos, los chimpancés eligen no defecar en sus nidos, haciéndolo en cambio lejos del hogar. Los adultos más hábiles pueden hacer sus casas en pocos minutos: al parecer, esta es una habilidad aprendida que todos los miembros de esta especie llevan en su memoria y eventualmente desarrollan. A pesar de parecer habitáculos precarios y efímeros, estos nidos suelen ser para la mayoría de las familias un refugio estable al cual regresan después de horas de deambular por la selva en busca de alimento: durante sus largas caminatas recogen grandes cantidades de fruta que luego llevan a casa. Algunas veces, cae la noche en un lugar distante que los obliga a armar un nido provisional sobre un árbol desconocido.

Este departamento está en un quinto piso, el último de todo el edificio antes de subir a la azotea. Junto a él, sobre la calle República de Cuba, hay un árbol de caucho que tiene ya la altura de esta construcción. Mi piso se despliega paralelo a las ramas altas de la copa. Las ventanas, al abrirse, tocan algún brote de flor o alguna hoja. Algunos pájaros, mariposas y libélulas hacen nido en medio del follaje. Estos revolotean a veces junto a la fachada y se posan en los balcones de los pisos más bajos.

Un chimpancé adulto puede pesar entre 40 y 80 kilos, lo mismo que un humano adulto relativamente pequeño, como yo. Las ramas del caucho vecino a mi casa son lo suficientemente robustas y tienen suficientes entrecruces y hojas grandes como para albergar en ellas la casa de un chimpancé. Si aprendiera hacerlo podría, aquí junto, hacer nido.

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Estante
Noreste
No.
No. 012
Palabra clave
Pertenencia
Autor
Theal, George M'Call
Título
The Story of Nations. South Africa
Editorial
T. Fisher Unwin
Año
1894
Peso
Una lata de fríjoles

La línea de mis ancestros se puede rastrear por un camino lleno de curvas, líneas quebradizas y entrecruces con otros linajes, hasta alcanzar aquellos grupos de hombres que navegaron el océano Atlántico y llegaron a las costas de este continente hoy llamado América, hacia 1492. Por un lado, me precede una estirpe de gente intelectual y política que se pierde en una genealogía opaca, la cual se admite española pero no indígena. Por el otro está una ascendencia de comerciantes de pequeños pueblos colonos de las tierras del norte de mi país. En ambos casos hay trazos que conducen hasta la llegada de los primeros navíos europeos que atracaron en estos territorios.
Visualizo a los líderes de estas colosales expediciones reclutando tripulaciones de hombres incautos para emprender juntos un viaje largo, incierto, a través de un mar cuya línea de horizonte se perdía de vista y en el cual las mareas eran como mandíbulas abiertas devorándolo todo. Pienso además en su llegada a una tierra extraña, a un suelo, vegetación y habitantes nuevos, posiblemente amenazantes para sus frágiles cuerpos blancos. Me cuesta sin embargo imaginar cómo, luego de meses de mareas inestables, confusión, desorientación y cansancio, estos hombres atracaban en tierras extranjeras con la confianza de llamarlas suyas y la resolución inmediata de tomar posesión de ellas.
El capítulo II de este libro relata la llegada de las primeras naves portuguesas a las costas sudafricanas. Bartholomeu Dias, quien zarpó desde Portugal buscando una ruta oceánica hacia la India, rodeó la costa oeste del continente africano y atracó en la punta sur de esta masa de tierra, en una ensenada que desde entonces ha llevado el nombre de Angra Pequena, o “isla pequeña”. Al tocar tierra, el portugués clavó una cruz en la arena para tomar posesión del enorme “baldío” que se extendía desde el borde del océano hacia el interior del continente. Luego siguió navegando al norte por la costa este, hasta alcanzar un litoral donde desembarcó y estableció el primer contacto conocido en esta región, entre hombres blancos y los pueblos bantú y hotentote. Siguió navegando costa arriba hasta llegar a una isla, donde decidió clavar otra cruz para ir marcando el terreno a medida que se rodeaba la punta austral africana.
Después del retorno de Dias a Portugal siguieron otras expediciones portuguesas, holandesas, francesas e inglesas, que fueron progresivamente ocupando el territorio africano hasta instaurar en él en un conjunto arbitrario de naciones coloniales. Las cruces quedaron probablemente en la arena como marca esa toma de posesión primigenia.
Ese gesto sobre la arena se convirtió en una forma de habitar la tierra, de vivir y de entrar en relación con el mundo material, desde las cosas hasta los valles, en los campos y ciudades de África y América.

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Estante
Noroeste
No.
No. 027
Palabra clave
Hogar
Autor
Praviel, Armando
Título
La vida trágica de la emperatriz Carlota
Editorial
Espasa
Año
1945
Peso
Una cuchara

Este es el relato de la llegada de la emperatriz Carlota y su esposo Maximiliano a su nueva morada en México:

“Sobre una enorme colina de pórfido, llamado el monte de las cigarras, alzábase el palacio cuadrangular construido en 1785 por el virrey Don Bernardo, que, al fin, ofreció a los dos europeos, violentamente transplantados, un asilo honroso, limpio y seguro” (Págs. 36-37).

A lo largo de esta relectura de la biblioteca de Idalia me he preguntado en repetidas ocasiones por la esencia de aquello que constituye un hogar. Algunas especies de pájaros hacen “hogar” con unas pocas ramas cuidadosamente arregladas; otros animales cavan huecos en la tierra o hacen de las llanuras su casa, durmiendo sobre el pasto y bajo el cielo. Muchos grupos humanos, particularmente aquellos que heredamos tradiciones occidentales de uso de los espacios, requerimos en cambio de arquitecturas monumentales para anclarnos con ellas a una porción de tierra. Estas construcciones, además, se adornan con un complejo conjunto de artificios que proyectan nuestras funciones corporales en todas las esquinas del espacio interior. Nos expandimos en esta arquitectura que llamamos “casa” como criaturas tentaculares, con sillones, colchones, mesas, sillas, estantes donde se van acumulando pequeños objetos sin función alguna, pesados electrodomésticos, herramientas de todos los calibres, contenedores de todos los tamaños, espacios completamente colmados de prendas de vestir y pequeñas cosas olvidadas que se pierden en los rincones.

Cuando removemos de un espacio habitacional sus objetos, sus muebles y sobre todo las personas que los tocan, mueven y utilizan, quedarán solo paredes, un techo, un piso, unas puertas y unas ventanas, pero probablemente el “hogar” ya no estará ahí.

Sin embargo, permanecerá una presencia latente, una especie de “fantasma” de sus complicadas densidades moleculares que luchan por permanecer. Al recorrerlo se sentirá un vacío más palpable que aquel que se experimenta en un espacio nuevo, recién erigido, porque han quedado impresas en él estas huellas invisibles del “hogar” que ha sido trasladado. Quedarán partículas suspendidas en el aire del espacio ya vacío, mientras la materialidad concreta que lo conforma viaja desmembrada en camiones, entre cajas, por trayectorias tortuosas, hacia nuevas moradas.

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Estante
Noreste
No.
No. 012
Palabra clave
Pertenencia
Autor
Theal, George M'Call
Título
The Story of Nations. South Africa
Editorial
T. Fisher Unwin
Año
1894
Peso
Una lata de fríjoles

La línea de mis ancestros se puede rastrear por un camino lleno de curvas, líneas quebradizas y entrecruces con otros linajes, hasta alcanzar aquellos grupos de hombres que navegaron el océano Atlántico y llegaron a las costas de este continente hoy llamado América, hacia 1492. Por un lado, me precede una estirpe de gente intelectual y política que se pierde en una genealogía opaca, la cual se admite española pero no indígena. Por el otro está una ascendencia de comerciantes de pequeños pueblos colonos de las tierras del norte de mi país. En ambos casos hay trazos que conducen hasta la llegada de los primeros navíos europeos que atracaron en estos territorios.
Visualizo a los líderes de estas colosales expediciones reclutando tripulaciones de hombres incautos para emprender juntos un viaje largo, incierto, a través de un mar cuya línea de horizonte se perdía de vista y en el cual las mareas eran como mandíbulas abiertas devorándolo todo. Pienso además en su llegada a una tierra extraña, a un suelo, vegetación y habitantes nuevos, posiblemente amenazantes para sus frágiles cuerpos blancos. Me cuesta sin embargo imaginar cómo, luego de meses de mareas inestables, confusión, desorientación y cansancio, estos hombres atracaban en tierras extranjeras con la confianza de llamarlas suyas y la resolución inmediata de tomar posesión de ellas.
El capítulo II de este libro relata la llegada de las primeras naves portuguesas a las costas sudafricanas. Bartholomeu Dias, quien zarpó desde Portugal buscando una ruta oceánica hacia la India, rodeó la costa oeste del continente africano y atracó en la punta sur de esta masa de tierra, en una ensenada que desde entonces ha llevado el nombre de Angra Pequena, o “isla pequeña”. Al tocar tierra, el portugués clavó una cruz en la arena para tomar posesión del enorme “baldío” que se extendía desde el borde del océano hacia el interior del continente. Luego siguió navegando al norte por la costa este, hasta alcanzar un litoral donde desembarcó y estableció el primer contacto conocido en esta región, entre hombres blancos y los pueblos bantú y hotentote. Siguió navegando costa arriba hasta llegar a una isla, donde decidió clavar otra cruz para ir marcando el terreno a medida que se rodeaba la punta austral africana.
Después del retorno de Dias a Portugal siguieron otras expediciones portuguesas, holandesas, francesas e inglesas, que fueron progresivamente ocupando el territorio africano hasta instaurar en él en un conjunto arbitrario de naciones coloniales. Las cruces quedaron probablemente en la arena como marca esa toma de posesión primigenia.
Ese gesto sobre la arena se convirtió en una forma de habitar la tierra, de vivir y de entrar en relación con el mundo material, desde las cosas hasta los valles, en los campos y ciudades de África y América.

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Estante
Noroeste
No.
No. 028
Palabra clave
Transitoriedad
Autor
Carbó, Juan
Título
Historia Universal
Editorial
Prida y Purón
Año
1883
Peso
Un cepillo de dientes

En la sección sobre la Edad Media hay un breve relato sobre el paso del ejército huno, comandado por Atila, por tierras italianas. En él, los venetos de Padua huyen de su pueblo y se refugian de estos invasores en las lagunas vecinas, donde fundan la nueva ciudad acuática de Venecia. Más adelante, en la sección sobre América, el autor narra las peregrinaciones del pueblo azteca desde el norte del golfo de California, quienes deambulan durante 56 años hasta llegar al valle de Anáhuac: un territorio de lagos en medio de los cuales encontraron una pequeña isla donde, al igual que los venetos, fundaron una nueva ciudad.

Actualmente, los niveles de agua en Venecia han descendido, exponiendo al sol los cimientos de las casas y dejando a los embarcaderos fuera del alcance de las góndolas. La ciudad lacustre de la isla de Tenochtitlan, por su parte, es ahora una inmensa metrópolis donde no se encuentran rastros del agua que alguna vez la conformó: el aire se siente seco y el agua que exudan los poros de la piel parece envanecerse en la sequía radical de esta antigua isla.

La materialidad de este planeta, incluyendo la vida vegetal y animal, está de un modo u otro atravesada por flujos de agua o constituida por este elemento. En nuestros cuerpos, por ejemplo, el agua ingresa por las vías digestivas y sale por nuestras membranas porosas para integrarse al aire, permaneciendo en nuestros tejidos en cantidades que alcanzan un 70% de nuestro peso. Una hoja de papel, por ejemplo, está formada hasta en un 10% por agua.

En el curso de más un siglo, este libro ha perdido algunos gramos respecto a su peso original y tal vez se ha encogido un par de milímetros. Esto se debe, probablemente, al aire seco del Valle de México, el cual ha perdido su agua lacustre desde la fecha de publicación de este título, al desviar los cuerpos de agua hacia el estado vecino de Hidalgo a través del Gran Canal del Desagüe. Con ello se fueron secando poco a poco todos los demás cuerpos que lo habitan, tanto humanos como no humanos, hasta afectar la estructura de los libros guardados en esta biblioteca. Al secarse el papel que conforma este libro, mientras alrededor se seca también todo el valle que lo contiene, da la impresión de que, sin agua, este puede seguir encogiéndose hasta desaparecer.

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Estante
Noreste
No.
No. 012
Palabra clave
Pertenencia
Autor
Theal, George M'Call
Título
The Story of Nations. South Africa
Editorial
T. Fisher Unwin
Año
1894
Peso
Una lata de fríjoles

La línea de mis ancestros se puede rastrear por un camino lleno de curvas, líneas quebradizas y entrecruces con otros linajes, hasta alcanzar aquellos grupos de hombres que navegaron el océano Atlántico y llegaron a las costas de este continente hoy llamado América, hacia 1492. Por un lado, me precede una estirpe de gente intelectual y política que se pierde en una genealogía opaca, la cual se admite española pero no indígena. Por el otro está una ascendencia de comerciantes de pequeños pueblos colonos de las tierras del norte de mi país. En ambos casos hay trazos que conducen hasta la llegada de los primeros navíos europeos que atracaron en estos territorios.
Visualizo a los líderes de estas colosales expediciones reclutando tripulaciones de hombres incautos para emprender juntos un viaje largo, incierto, a través de un mar cuya línea de horizonte se perdía de vista y en el cual las mareas eran como mandíbulas abiertas devorándolo todo. Pienso además en su llegada a una tierra extraña, a un suelo, vegetación y habitantes nuevos, posiblemente amenazantes para sus frágiles cuerpos blancos. Me cuesta sin embargo imaginar cómo, luego de meses de mareas inestables, confusión, desorientación y cansancio, estos hombres atracaban en tierras extranjeras con la confianza de llamarlas suyas y la resolución inmediata de tomar posesión de ellas.
El capítulo II de este libro relata la llegada de las primeras naves portuguesas a las costas sudafricanas. Bartholomeu Dias, quien zarpó desde Portugal buscando una ruta oceánica hacia la India, rodeó la costa oeste del continente africano y atracó en la punta sur de esta masa de tierra, en una ensenada que desde entonces ha llevado el nombre de Angra Pequena, o “isla pequeña”. Al tocar tierra, el portugués clavó una cruz en la arena para tomar posesión del enorme “baldío” que se extendía desde el borde del océano hacia el interior del continente. Luego siguió navegando al norte por la costa este, hasta alcanzar un litoral donde desembarcó y estableció el primer contacto conocido en esta región, entre hombres blancos y los pueblos bantú y hotentote. Siguió navegando costa arriba hasta llegar a una isla, donde decidió clavar otra cruz para ir marcando el terreno a medida que se rodeaba la punta austral africana.
Después del retorno de Dias a Portugal siguieron otras expediciones portuguesas, holandesas, francesas e inglesas, que fueron progresivamente ocupando el territorio africano hasta instaurar en él en un conjunto arbitrario de naciones coloniales. Las cruces quedaron probablemente en la arena como marca esa toma de posesión primigenia.
Ese gesto sobre la arena se convirtió en una forma de habitar la tierra, de vivir y de entrar en relación con el mundo material, desde las cosas hasta los valles, en los campos y ciudades de África y América.

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Estante
Noroeste
No.
No. 029
Palabra clave
Pertenencia
Autor
Constantin-Weyer, M.
Título
Shakespeare
Editorial
Sociedad General de Publicaciones
Año
1930
Peso
Un par de medias

A los 52 años de edad, Shakespeare decidió redactar su testamento. Pienso en el ejercicio de escritura de un testamento y aquello que implica para quien lo escribe. Por una parte, es un inventario de todo el mundo material que configura nuestra vida, el cual disecciona, expone y dispone todas nuestras posesiones, así como nuestros vínculos afectivos enlazados a ellas:

“A Judith le dejará una buena suma de dinero y la copa de plata sobredorada que se ha vaciado tantas veces en los días de alegría. No olvidará a los amigos. A Hamlet Sadler, una sortija de oro; a Tomás Combe, su espada de gentilhombre, a los compañeros de teatro, Burbage, Hemmings y Condell algunos objetos como recuerdo. No omitirá tampoco señalar una importante pensión vitalicia a la pobre Ana, su esposa, a la que tanto tiempo ha tenido privada de su compañía y su afecto conyugal. Se le reconocerá la propiedad de los muebles que ha llevado como dote y especialmente el lecho tallado de matrimonio, donde han dormido y velado tantas noches los dos esposos” (Pág. 207-208).

Cada cosa que se enuncia en el testamento va señalando un vínculo entre el cuerpo del futuro difunto y la materialidad terrenal, dándole otra dimensión a ese extraño entrelazamiento entre cosas y personas que en las culturas capitalistas llamamos “propiedad”. Con esto, el ejercicio de Shakespeare nos sugiere que, al morir, advertimos que a lo largo de nuestra vida hemos hecho parte de un complejo agenciamiento entre cuerpo, cosas y otros humanos. Este enredo material que nos constituye, además, requiere ser descompuesto con una serie de arreglos y rituales diferentes a aquellos que requiere la carne que formará nuestros cadáveres, ya que a través de él se desplaza algo de nuestro espíritu.

A pesar de ser redactado por alguien aún joven y sin señales palpables de una muerte próxima, el testamento fabula con la idea de la muerte misma de quien escribe, imaginándola:

“...Yo, William Shakespeare, en perfecto estado de salud y de juicio, recomiendo ante todo mi alma a Jesucristo, mi Salvador, para que me deje tomar parte en la vida eterna, y abandono mi cuerpo a la tierra de que está formado” (Pág. 207).

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Estante
Noreste
No.
No. 012
Palabra clave
Pertenencia
Autor
Theal, George M'Call
Título
The Story of Nations. South Africa
Editorial
T. Fisher Unwin
Año
1894
Peso
Una lata de fríjoles

La línea de mis ancestros se puede rastrear por un camino lleno de curvas, líneas quebradizas y entrecruces con otros linajes, hasta alcanzar aquellos grupos de hombres que navegaron el océano Atlántico y llegaron a las costas de este continente hoy llamado América, hacia 1492. Por un lado, me precede una estirpe de gente intelectual y política que se pierde en una genealogía opaca, la cual se admite española pero no indígena. Por el otro está una ascendencia de comerciantes de pequeños pueblos colonos de las tierras del norte de mi país. En ambos casos hay trazos que conducen hasta la llegada de los primeros navíos europeos que atracaron en estos territorios.
Visualizo a los líderes de estas colosales expediciones reclutando tripulaciones de hombres incautos para emprender juntos un viaje largo, incierto, a través de un mar cuya línea de horizonte se perdía de vista y en el cual las mareas eran como mandíbulas abiertas devorándolo todo. Pienso además en su llegada a una tierra extraña, a un suelo, vegetación y habitantes nuevos, posiblemente amenazantes para sus frágiles cuerpos blancos. Me cuesta sin embargo imaginar cómo, luego de meses de mareas inestables, confusión, desorientación y cansancio, estos hombres atracaban en tierras extranjeras con la confianza de llamarlas suyas y la resolución inmediata de tomar posesión de ellas.
El capítulo II de este libro relata la llegada de las primeras naves portuguesas a las costas sudafricanas. Bartholomeu Dias, quien zarpó desde Portugal buscando una ruta oceánica hacia la India, rodeó la costa oeste del continente africano y atracó en la punta sur de esta masa de tierra, en una ensenada que desde entonces ha llevado el nombre de Angra Pequena, o “isla pequeña”. Al tocar tierra, el portugués clavó una cruz en la arena para tomar posesión del enorme “baldío” que se extendía desde el borde del océano hacia el interior del continente. Luego siguió navegando al norte por la costa este, hasta alcanzar un litoral donde desembarcó y estableció el primer contacto conocido en esta región, entre hombres blancos y los pueblos bantú y hotentote. Siguió navegando costa arriba hasta llegar a una isla, donde decidió clavar otra cruz para ir marcando el terreno a medida que se rodeaba la punta austral africana.
Después del retorno de Dias a Portugal siguieron otras expediciones portuguesas, holandesas, francesas e inglesas, que fueron progresivamente ocupando el territorio africano hasta instaurar en él en un conjunto arbitrario de naciones coloniales. Las cruces quedaron probablemente en la arena como marca esa toma de posesión primigenia.
Ese gesto sobre la arena se convirtió en una forma de habitar la tierra, de vivir y de entrar en relación con el mundo material, desde las cosas hasta los valles, en los campos y ciudades de África y América.

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Estante
Noroeste
No.
No. 030
Palabra clave
Errancia
Autor
Herrero Miguel, A.
Título
Tolstoi
Editorial
Sociedad General de Publicaciones
Año
1930
Peso
Unas pantuflas

En 1851, después de un periodo en el que Tolstoi estuvo inmerso intensamente en la vida metropolitana de consumo y despilfarro del San Petersburgo prerrevolucionario, el escritor regresó a su pueblo de origen. Ahí, alentado por su tía Tatiana Alejandrovna Ergolskaya, decidió enlistarse en el ejército. Poco después emprendió un viaje como voluntario en una campaña militar que buscaba someter bajo el dominio ruso a las tribus independientes del Cáucaso. Su estancia en el Cáucaso se prolongó por varios meses, entre agosto y noviembre, durante los cuales Tolstoi estuvo inmerso en las tierras más alejadas, entró en contacto con la cultura cosaca y participó momentáneamente de sus formas de vida rurales. Hacia el final de su campaña, regresó a la ciudad.

En mi mente se forma la imagen de un intelectual recientemente habituado a la gran ciudad quien, de repente, abandona su tierra y las comodidades de su antigua vida para irse a combatir a las montañas del sur de Rusia.

A los 35 años, mi papá se enlistó en el Cuerpo de Profesionales Oficiales de Reserva de las Fuerzas Armadas de Colombia. Aunque no tuvo que partir por periodos largos de tiempo a hacer campaña a los montes y selvas de mi país de origen, como parte de su entrenamiento el pelotón emprendía cada tanto campañas cortas, de un par de noches de duración, al interior de los bosques de la región templada de Cundinamarca, junto a la base militar de Tolemaida. Ahí, muy cerca a los focos críticos de una guerra que escalaba en varios rincones de las zonas rurales de Colombia, los soldados de reserva practicaban tácticas de supervivencia, patrullaje y ataque, bajo la guía del Cuerpo de Lanceros estacionados en esta base militar. Recuerdo el morral de campaña que llevaba consigo a estos misteriosos viajes, con los siguientes implementos: una linterna, un cuchillo, una pequeña bolsa con implementos de aseo, una camiseta, una cantimplora con agua y una ración de comida que usualmente constaba de leche condensada, atún en lata, salchichas en lata y tabletas potabilizadoras para el agua.

Durante dos noches y tres días, los soldados caminaban bajo el sol intenso, en medio de la humedad pegajosa de las tierras bajas de esta región. En el día, pintaban sus caras del color de las hojas verdes para fundirse con ellas y no ser vistos. Metían las botas en el barro y en los arroyos poco profundos. Practicaban la quietud de la espera que precede a un ataque inesperado, seguida de los ágiles movimientos de defensa. Durante horas cargaban las mochilas con los elementos esenciales para sobrevivir, hasta llegar al campamento antes de que cayera la noche. Su casa era una carpa de lona delgada que se tendía sobre los claros de los densos bosques cundinamarqueses, bajo el cielo despejado. Ahí, descansaban y abrían alguna lata para comer un bocado. Se tendían sobre el acolchamiento del pasto, usando la mochila como almohada. Algunos pasaban la noche en vela, haciendo guardia. Los demás soldados dormían acompañados por el sonido de los insectos y otros animales desconocidos, camuflados por la oscuridad.

Al amanecer del tercer día, el pelotón emprendía el regreso a la base militar con el morral al hombro, un poco más liviano por el consumo de las raciones, para luego regresar a la vida citadina.

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Estante
Noreste
No.
No. 012
Palabra clave
Pertenencia
Autor
Theal, George M'Call
Título
The Story of Nations. South Africa
Editorial
T. Fisher Unwin
Año
1894
Peso
Una lata de fríjoles

La línea de mis ancestros se puede rastrear por un camino lleno de curvas, líneas quebradizas y entrecruces con otros linajes, hasta alcanzar aquellos grupos de hombres que navegaron el océano Atlántico y llegaron a las costas de este continente hoy llamado América, hacia 1492. Por un lado, me precede una estirpe de gente intelectual y política que se pierde en una genealogía opaca, la cual se admite española pero no indígena. Por el otro está una ascendencia de comerciantes de pequeños pueblos colonos de las tierras del norte de mi país. En ambos casos hay trazos que conducen hasta la llegada de los primeros navíos europeos que atracaron en estos territorios.
Visualizo a los líderes de estas colosales expediciones reclutando tripulaciones de hombres incautos para emprender juntos un viaje largo, incierto, a través de un mar cuya línea de horizonte se perdía de vista y en el cual las mareas eran como mandíbulas abiertas devorándolo todo. Pienso además en su llegada a una tierra extraña, a un suelo, vegetación y habitantes nuevos, posiblemente amenazantes para sus frágiles cuerpos blancos. Me cuesta sin embargo imaginar cómo, luego de meses de mareas inestables, confusión, desorientación y cansancio, estos hombres atracaban en tierras extranjeras con la confianza de llamarlas suyas y la resolución inmediata de tomar posesión de ellas.
El capítulo II de este libro relata la llegada de las primeras naves portuguesas a las costas sudafricanas. Bartholomeu Dias, quien zarpó desde Portugal buscando una ruta oceánica hacia la India, rodeó la costa oeste del continente africano y atracó en la punta sur de esta masa de tierra, en una ensenada que desde entonces ha llevado el nombre de Angra Pequena, o “isla pequeña”. Al tocar tierra, el portugués clavó una cruz en la arena para tomar posesión del enorme “baldío” que se extendía desde el borde del océano hacia el interior del continente. Luego siguió navegando al norte por la costa este, hasta alcanzar un litoral donde desembarcó y estableció el primer contacto conocido en esta región, entre hombres blancos y los pueblos bantú y hotentote. Siguió navegando costa arriba hasta llegar a una isla, donde decidió clavar otra cruz para ir marcando el terreno a medida que se rodeaba la punta austral africana.
Después del retorno de Dias a Portugal siguieron otras expediciones portuguesas, holandesas, francesas e inglesas, que fueron progresivamente ocupando el territorio africano hasta instaurar en él en un conjunto arbitrario de naciones coloniales. Las cruces quedaron probablemente en la arena como marca esa toma de posesión primigenia.
Ese gesto sobre la arena se convirtió en una forma de habitar la tierra, de vivir y de entrar en relación con el mundo material, desde las cosas hasta los valles, en los campos y ciudades de África y América.

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